SINOPSIS. En la guerra del Pacífico, en el sureste
asiático, Japón busca nuevas vías para consolidar y expandir su Imperio. A los
ya de por sí bastos terrenos que ocupan, junto a la guerra que mantienen con
China, deciden incorporar nuevos territorios, entre ellos las estratégicas
islas de Pearl Harbor, misión que deciden encomendar al insigne Isoroku
Yamamoto. Sin embargo, conocedor de las arduas dificultades que plantea dicha
misión así como la entrada de Estados Unidos en la guerra, decide establecer un
plan de ataque destinado a obtener una rápida victoria. Comienza así, un
periplo de batallas por el Pacífico que nos muestra tanto el desarrollo de la
contienda desde la perspectiva nipona como desde los dilemas personales y
estratégicos que vivió el sagaz Yamamoto.
LO MEJOR DE LA PELÍCULA. No hay duda al respecto: el
protagonista. Por el año 1968, lo más atractivo y sugerente para el público,
sobre todo si la película tenía la intención de ser exportada, consistía en la
producción de películas de acción con la Segunda Guerra Mundial como telón de
fondo. No obstante Seiji Maruyama fue un paso más allá y acometió el que pasaba
por ser el hasta entonces único relato cinematográfico de un personaje de
primer orden en la contienda, el almirante Yamamoto, representado por un genial
y ya consagrado Toshiro Mifune. Este alarde creativo de Maruyama era a todas
luces una circunstancia que constituía toda una osadía dada la carestía de
medios que exigía tal producción y la carencia de los efectos digitales
actuales. Una película sobria, al fin y al cabo, pero con un muy buen trabajo
documental acompañando los pasos vitales del almirante Yamamoto, genialmente
representado, y todo ello con el sello fácilmente perceptible de las
producciones japonesas.
LO PEOR DE LA PELÍCULA. Película japonesa y director
japonés primerizo en cuanto al cine bélico se refiere no permiten augurar un
gran resultado en cuanto a las exigencias técnicas que este cine exige. Y así
es, efectivamente. A lo largo del film podemos observar un auténtico festival
de tomas parcheadas, maquetas por doquier, tomas aéreas con aviones de juguete
en primer plano simulando tomas subjetivas, explosiones en figuras de plástico,
escenas repetidas, etc. El rigor histórico que “Almirante Yamamoto” consigue de
una forma bastante notable se ve malogrado por una, si bien acorde con los
tiempos, paupérrima dotación presupuestaria, amén de las limitaciones técnicas
de aquel entonces. A ello cabría sumar el papel de los actores secundarios con
unas actuaciones en su mayoría mediocres y planas, a lo que no contribuye el
rigorismo cinematográfico japonés.
COMPARACIÓN. Por evidentes cuestiones históricas y
por razón del contenido la película de Maruyama por imperativo trae a colación
en la mente del espectador otras películas, ya sean más o menos posteriores,
ambientadas en el frente del Pacífico y que toman parte de los temas que en
esta hallan su reflejo. Quizás la más evidente, tanto por temática como por la
factura japonesa, es la imperecedera “Tora! Tora! Tora”, que toma también como
núcleo o punto de partida el ataque a Perl Harbour, si bien esta última
resulta, de modo objetivo, infinitamente mejor en todos los aspectos. En otro
orden de cosas, y sin huir del aspecto comparativo, en “Almirante Yamamoto”
observamos un recurso temático que enlaza con otras creaciones y que suponen
prácticamente una constante en el cine bélico japonés ambientado en la Segunda
Guerra Mundial, cual es el de asentar el núcleo de la trama en un alto oficial
del ejército imperial con un pasado vinculado a los Estados Unidos o que guarda
reminiscencias, cuando no admiración, por dicho país. Temática esta que puede
observarse en películas recientes como, por ejemplo, “Cartas desde Iwo Jima”.
HISTORIA. Isoroku Yamamoto, el principal personaje
de esta película, es uno de esos grandes nombres de la Segunda Guerra Mundial,
que no por el hecho de no haber pertenecido ni al bando aliado, ni a la
Wehrmacht deja de ser uno de los genios de aquella. Salvando las diferencias de
las circunstancias de las contiendas que estuvieron bajo su batuta con otras
que se produjeron, su calidad militar estuvo a la altura de la de los grandes
contendientes como Rommel, Auchinleck, Eisenhower, Patton o Montgomery. No
obstante, su notable periplo militar por esta contienda terminó por sucumbir a
los perturbadores intereses políticos que, desde esferas ajenas al oficio
castrense, terminaron por condicionar su impecable labor de mando así como su
independencia de mando que, sin aquella influencia, se había probado como de
una enorme valía. Casi, o sin esa concesión a la diferencia, podemos
considerarlo como el Erwin Rommel del Pacífico dado que la intervención y la
fiscalización por parte de las altas instancias limitó a ambos en su amplitud
de miras militar así como en la planificación de las maniobras. No obstante,
Rommel debió sus impedimentos al hecho de tener que operar de lado del ejército
italiano y a la limitación que ello suponía, más que a decisiones políticas,
que también. Otros como Montgomery tuvieron que someter su espíritu combativo a
las necesidades ajenas y al hecho de actuar con diversos aliados, lo que le
forjaría choques estratégicos en el Alto Mando Aliado. Yamamoto, en tanto comandante
en jefe de la Flota Combinada de la Armada Imperial Japonesa tuvo mayores
fuerzas bajo su mando que los anteriores pero el influjo político imperial era
casi directo, lo que era una cortapisa directa en sus pretensiones, tal y como
podemos observar en muchos momentos de la película, lo que no empece el
calificativo de genio militar de Yamamoto. Tanto es así que resulta casi
unánime la consideración de que la muerte de este militar supuso el punto de
inflexión que convirtió la posible derrota de la nación nipona en un hecho
inexorable.
Descendiente de familia de tradición samurái y personaje
cultivado en artes varias, conocedor del mundo occidental por sus estudios en
la Universidad de Harvard, muy pronto se enroló en el mundo militar formándose
desde su juventud en la Escuela Naval Imperial Japonesa, ascendiendo
progresivamente en la escala de la Armada Imperial Japonesa llegando a
participar en la guerra ruso-japonesa, en la que perdería dos dedos por la
explosión de una granada.
Fue precisamente de su ascenso y las posiciones que
ocupaba en base a ello, que aprovechó para realizar diversos viajes por los
países occidentales durante los últimos años de la década de los veinte y
primeros años de la década de los treinta, viajes en los que evidenció su soberbio
academicismo militar aprehendiendo e importando técnicas de construcción y
diseño, así como diversos aspectos tácticos de cada una de las flotas. De
hecho, sus conocimientos no pasaron inadvertidos, hasta el punto de que fue el
militar seleccionado como representante del país nipón para la participación en
las negociaciones de los acuerdos armamentísticos internacionales, entre ellos
el controvertido de reducción de armamento de 1934 celebrado en Londres. Su
meteórica carrera no se detuvo y siguió escalando posiciones en la Marina
Imperial, pasando por el cargo de vicealmirante y llegando a ser el máximo
responsable de la Flota Combinada del Imperio del Japón en agosto de 1941.
Precisamente ese era el cargo que desempeñaba a
finales de 1941, cuando la perspectiva de la ofensiva sobre Pearl Harbour
comenzaba a tomar forma. Yamamoto, consciente de los peligros de un
planteamiento tan somero como fugaz en la ofensiva contra este país, era
contrario a una guerra contra los Estados Unidos, sobre todo en el caso de que
ésta se prolongase más de un año (postulado coincidente, curiosamente, con el
mantenido por Rommel al otro lado del planeta). Bajo fuertes presiones de
índole política y en abierta controversia con los altos oficiales de la Marina
Japonesa, Yamamoto logró desechar el inicial plan de acometer la ofensiva
contra los americanos en mar abierto toda vez que era un perfecto conocedor de
la capacidad técnica y, sobre todo, material de éstos. Manifiesta en la
película, seguramente en concordancia con la realidad, que “si la guerra es
inevitable, sólo hay una forma de ganar: destruir a la flota americana en Pearl
Harbour”, postura que reitera al Ministro Konoe, al cual le insiste en el hecho
de que “en dos o tres años no puedo asegurarle nada”. La situación, en términos
de planteamiento, la resume el protagonista al inicio de la película: “Japón es
un país pequeño, con poca industria, en una guerra contra los Estados Unidos la
única forma de sorprenderles es atacarles en su base más adelantada e intentar
aprovechar la ventaja de la sorpresa para lograr la victoria”. Así, el 3 de
noviembre de 1941, aun bajo la manifiesta reserva que evidenciaba Yamamoto
respecto del ataque contra los Estados Unidos, fue aprobado el plan de ataque
sorpresa a Pearl Harbour y los elementos de la armada allí anclados.
Así, dada la orden de inicio del ataque, bajo la
clave “Tora – Tora – Tora”, el 7 de diciembre comenzó la ofensiva japonesa
sobre Pearl Harbour. Con Yamamoto al mando de la operación, que dirigía desde
el portaaviones Akagi, en la misma fueron empleados, y en varias oleadas, medio
millar cazabombarderos y torpederos en un ataque conjunto partiendo de seis
portaviones, logrando la destrucción de buena parte de la flota americana sita
en la isla. Se logró causar severos daños a diversos buques, así como el
hundimiento de otros en la misma bahía, como el HMS Arizona. Por el bando
americano perecieron del orden de 2.500 hombres por la pérdida de apenas una
docena de aviones nipones. No obstante el resultado, tomado por buena parte de
los altos oficiales como un enorme éxito, causó una cierta desazón entre los
más avezados, entre ellos Yamamoto, puesto que consciente de la importancia de
tal elemento de combate, ninguno de los portaviones que se esperaba se
encontrasen en la bahía de Pearl Harbour para ser destruido se encontraba allí.
Este hecho, a la postre, sería uno de los factores, entre otros muchos, del progresivo
derrumbe y derrota final de la Marina Japonesa.
A propósito de la relatividad del éxito de tal
operación, se han abierto, frente a la simple y tradicional asunción de los
hechos, corrientes históricas profusas en argumentos que han propugnado que
dicha ausencia de los portaviones no era casual, a cuyo efecto advierten de
determinadas circunstancias concurrentes en aquellas fechas. Proponen quienes
defienden esta tesis que se trató de un ataque, sino provocado, cuando menos
consentido, por el presidente americano Roosevelt dado que éste tenía el firme
propósito de entrar en la contienda pero que, dada la animadversión de la
opinión pública americana y los altos mandos del Ejército, carecía de una causa
que le habilitara para hacerlo. Descartada la táctica del hundimiento de un
buque propio culpando a los japoneses (técnica del “false flag” o “false
sinking”, empleada ya con el Marne en 1898 para iniciar la guerra por Cuba
contra los españoles) para lograr su cometido, arguyen quienes defienden este
postulado, obligó a Japón a atacar a Estados Unidos, forzando un bloqueo de la
exportación de petróleo americano a dicho país y ocultando al público las
negociaciones que los emisarios japoneses mantuvieron hasta el mismo 7 de
diciembre. A ello se añade el hecho de que el Ejército de los Estados Unidos
disponía de los códigos secretos de encriptado de los mensajes japoneses,
bastando con no revelarlos al mando de Hawai, además del hecho de la reducción
de las fuerzas defensivas en tales islas, medida que provocó reiteradas
protestas alzadas por el almirante Richardson, al mando de los contingentes
allí sitos. Debe sumarse, a todo lo expuesto, la casualidad de que precisamente
los portaaviones con base en Pearl Harbour se hallasen todos conjuntamente de
maniobras y a una considerable distancia. Casualidad o no, lo cierto es que los
hechos abren la puerta a las suspicacias.
Sea
como fuere, el hecho es que la contienda se prolongó más de un año, como hacían
prever los vaticinios más negativos de Yamamoto, lo que, como éste había
predicho, comenzó a traducirse en derrotas japonesas a manos americanas. Señaladamente
pueden referirse los fracasos en Guadalcanal, en la bahía de Leyte y, sobre
todas ellas, en la decisiva batalla de Midway, en la cual teniendo el mando su
almirante Nagumo (y tal como se recoge en la cinta que analizamos) se
perdieron cuatro portaaviones (Akagi, Kaga, Soryu e Hiryu), parte de la fuerza
aérea y numerosas tropas, amén del sacrificio, en una misión suicida, del buque
insignia de la Marina Imperial Japonesa, el acorazado Yamato. Así las cosas, el 13 de abril de
1943, las tropas americanas, que, como anticipamos, habían descifrado los
códigos japoneses de comunicación, interceptaron un mensaje del ejército
japonés, en el que se informaba de la llegada en avión del almirante Yamamoto a
algunas bases japonesas de las Islas Salomón. La aviación estadounidense
preparó una emboscada y el 18 de abril consiguió derribar sobre la isla de
Bougainville al avión que transportaba al almirante Yamamoto. Su puntualidad
metódica, facilitó el trabajo de los aviones americanos. Como no podía ser de
otro modo, fue enterrado en Yasukuni-Jina siguiendo los cánones militares y con
honores de Estado.
Una cuestión a la
que merece la pena prestar atención es el alto grado de disensión que, con
acierto histórico, se reproduce en la película entre el Ejército Imperial y la
Marina Imperial, cuyo único eslabón de unión se representa en el protagonista
de la película. Es este, el de la separación entre secciones militares de un país,
un factor que, observado desde la ventaja que ofrece la distancia del tiempo,
se erigió en un factor crucial en la derrota de las fuerzas de diversos países
contendientes. Francia cayó ante las fuerzas alemanas no sólo a causa de la
blietzkrieg, que también, sino por que ésta dio en el punto débil de las
fuerzas armadas galas: la nula coordinación de su infantería, contingentes
blindados, suministros y fuerzas aéreas. Italia incurrió en el mismo error, lo
que tendría idénticas consecuencias de no ser por sus colegas de la Wehrmacht;
pero en su caso no se debió a la casualidad organizativa sino a la firme
creencia del Duce de que la separación entre los segmentos de sus fuerzas
(especialmente la Marina y Fuerza Aérea) crearía un nivel de competencia tal
entre ellas que implementaría los resultados obtenidos.
Y así, tal y como
concluye la cinta, Isoroku Yamamoto, después de 16 meses del ataque a Pearl
Harbour y tras liderar una guerra a la que se opuso desde el principio, murió
en primera línea del frente. Sin embargo, ha de llamarse en esta conclusión a
dos reflexiones: que ningún militar que se precie se opone a la oportunidad de
demostrar su valía y sus conocimientos y que la primera línea distaba demasiado
del lugar de fallecimiento de Yamamoto.
APARTADO
TÉCNICO. Sobre este punto esta película nos plantea una evidente dicotomía. Por
un lado, teniendo presentes tanto las deficiencias técnicas del cine japonés de
la época como la circunstancia de que ésta que analizamos era precisamente una
de las primeras en aventurarse en cine bélico de esta contienda, es plausible
el intento. Pero, por otro lado, y como lo loable no empece lo obvio, las
carestías con las que contaba el equipo de producción se muestran por doquier
bien que el equipo de producción no se escondió en el simple hecho de intentar
colocar elementos técnicos en la cinta sino que se atrevió a desplegar todos
esos elementos (aviones, acorazados, etc.) en pleno combate incuso con osadas
tomas (véanse las subjetivas de los aeroplanos). De lo más destacable son los
Mitsubishi A6M “Zero” o los A5M tanto en el ataque a Pearl Harbour como en los
restantes combates, apareciendo otras piezas de combate que ora no son
acreedoras de mención ora no resultan reconocibles por el poco meticuloso abuso
del maquetismo. Las imágenes originales de los bombarderos B-25
norteamericanos, dan un punto de dignidad al conjunto.
Sin
embargo, “Almirante Yamamoto”, a pesar de sus manifiestas deficiencias, nos
ofrece la posibilidad de ponernos ante los dilemas estratégicos del Alto Mando
nipón cuando su ataque sobre Hawai es inminente. Podemos observar cómo se
incide en la creación o adaptación de los aviones torpederos en atención al
poco calado (40 pies )
que presenta la bahía de Pearl Harbour; también presenciamos momentos en los
que vemos como, tras arduos y ténicos debates, solventan la presencia de los aviones
patrulla de las fuerzas aéreas de Pearl Harbour así como, mediante diversas
precisiones estratégicas, intentan conservar su factor sorpresa puesto que
dicho factor era, según el propio Yamamoto, la clave de bóveda de la acometida.
ERRORES.
El catálogo de errores resulta largo y tendido, con algunos especialmente
significativos lo que, rompiendo una lanza a favor de los productores de “Almirante
Yamamoto”, se cohonesta con las carencias con las que éstos tuvieron
seguramente que trabajar. Sin embargo, algunos errores son perfectamente
subsanables y obedecen a una simple falta de atención. De este modo, pueden
señalarse en cuanto errores técnicos las ya referidas taras que las maquetas
producen en cuanto a la reproducción, no sólo de los aviones, sino en los
portaaviones, en cuya esteticidad hace especial mella la mala factura de las
mismas.
Sin
embargo, los deslices no se quedan sólo en lo estético dado que a lo largo de
la trama van apareciendo algunos que causan cierta desazón. Así, al inicio de
la película, en una escena en la que observamos a Yamamoto en su despacho del
almirantazgo con la fecha subtitulada: 16-6-1947. Fecha manifiestamente equívoca
casi dos años posterior a la finalización de la contienda y cuatro respecto de
la muerte del personaje que protagoniza el film.
Errores
de índole técnica aparecen esparcidos de principio a fin. De éstos, se
persevera gravemente en uno. Y es que constantemente se presenta a los cazas
nipones combatiendo con las bombas adosadas a la parte inferior de su casco, lo
que sólo sería entendible en las escenas correspondientes al ataque sobre Pearl
Harbour o, a lo sumo, en Midway o Leyte, pero no en combates aéreos o, lo que
es más grave, en funciones de escuadra en las que la labor de vigilancia y rápida
defensa exigen una mayor agilidad así como que la ausencia de objetivos
concretos no es acorde con la presencia de aquellas. De este modo, podemos
advertir la presencia de dichas bombas en los A6M encargados de la guarda del
avión en que viaja Yamamoto. De haber sido así en la realidad, los P-39
Lightining americanos lo hubieran tenido aún más fácil de lo que lo tuvieron
para acabar con la vida de Yamamoto.
LA
FRASE. “Paz paciente antes que guerra victoriosa” (Isoroku Yamamoto). Una
sentencia que resume perfectamente la filosofía de guerra que, en lo que a los
Estados Unidos se refiere, practicaba el susodicho personaje. Gran estratega y
militar de grandes dotes tácticas supo advertir el peligro de tomar la senda de
atacar al Tío Sam, a lo que sin embargo, y pese a sus reticencias nunca se negó.
Su baza era la derrota americana en el breve plazo de un año pero era conocedor
tanto de las limitaciones materiales y estratégicas de Japón como de la
superioridad material de los norteamericanos a medio plazo. Constantes frases a
lo largo de la película reproducen este tipo de meditaciones que, a buen
seguro, al auténtico Yamamoto le costaron más de una noche de sueño: “Las
revoluciones no arruinan un país; en cambio las guerras sí”, “Señor, debería ir
usted a Estados Unidos y contar sus fábricas”.
PARA
QUIEN. En términos históricos puede ser una buena y didáctica película para
quienes busquen referencias e información sobre el almirante Yamamoto, no sólo
por la acorde imagen que de él se da sino también por el hecho de que la
factura nipona de la película contribuye a dar una perspectiva de aquellos
cuyos padres se encomendaron a su figura en la labor de defensa de su país. Como
película, por lo demás, es deficiente en todos los aspectos y poco recomendable
de no ser por la curiosidad de poder visionar el primitivo cine bélico japonés,
tan diferente en lo cualitativo respecto de las cintas contemporáneas sobre la
Segunda Guerra Mundial.
VALORACIÓN.
Ruda y deficiente en lo estético, sin mayores dificultades de planteamiento,
plana y esquemática en lo que se refiere a los personajes, su mayor virtud es
la de recrear la figura de un personaje tan señero e importante como el
almirante Yamamoto, un militar cuya valía resulta patente desde el momento en
que su muerte supuso un punto de inflexión inexorable del Imperio Japones en su
camino hacia la derrota definitiva dos años después. Un personaje que se viene
a recrear de una forma más que correcta, aunque pesada en ciertos puntos de carácter
(excesivo academicismo y falto de emotividad), su actuación sólo se ve empañada
por los elementos que le rodean que no son sino fruto de los errores de un cine
japonés aun lejos de la calidad que suele ostentar en el presente. Digna de
ver, pero no de repetir.