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BIENVENIDOS. Gracias por la visita y por los eventuales comentarios, que serán contestados con la mayor prontitud posible. Las películas se irán añadiendo a la clasificación progresivamente. También se añadirán al listado alfabético.

sábado, 24 de noviembre de 2012

ALMIRANTE YAMAMOTO (RENGO KANTAI SHIREI CHÔKAN: YAMAMOTO ISOROKU)



SINOPSIS. En la guerra del Pacífico, en el sureste asiático, Japón busca nuevas vías para consolidar y expandir su Imperio. A los ya de por sí bastos terrenos que ocupan, junto a la guerra que mantienen con China, deciden incorporar nuevos territorios, entre ellos las estratégicas islas de Pearl Harbor, misión que deciden encomendar al insigne Isoroku Yamamoto. Sin embargo, conocedor de las arduas dificultades que plantea dicha misión así como la entrada de Estados Unidos en la guerra, decide establecer un plan de ataque destinado a obtener una rápida victoria. Comienza así, un periplo de batallas por el Pacífico que nos muestra tanto el desarrollo de la contienda desde la perspectiva nipona como desde los dilemas personales y estratégicos que vivió el sagaz Yamamoto.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. No hay duda al respecto: el protagonista. Por el año 1968, lo más atractivo y sugerente para el público, sobre todo si la película tenía la intención de ser exportada, consistía en la producción de películas de acción con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo. No obstante Seiji Maruyama fue un paso más allá y acometió el que pasaba por ser el hasta entonces único relato cinematográfico de un personaje de primer orden en la contienda, el almirante Yamamoto, representado por un genial y ya consagrado Toshiro Mifune. Este alarde creativo de Maruyama era a todas luces una circunstancia que constituía toda una osadía dada la carestía de medios que exigía tal producción y la carencia de los efectos digitales actuales. Una película sobria, al fin y al cabo, pero con un muy buen trabajo documental acompañando los pasos vitales del almirante Yamamoto, genialmente representado, y todo ello con el sello fácilmente perceptible de las producciones japonesas.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Película japonesa y director japonés primerizo en cuanto al cine bélico se refiere no permiten augurar un gran resultado en cuanto a las exigencias técnicas que este cine exige. Y así es, efectivamente. A lo largo del film podemos observar un auténtico festival de tomas parcheadas, maquetas por doquier, tomas aéreas con aviones de juguete en primer plano simulando tomas subjetivas, explosiones en figuras de plástico, escenas repetidas, etc. El rigor histórico que “Almirante Yamamoto” consigue de una forma bastante notable se ve malogrado por una, si bien acorde con los tiempos, paupérrima dotación presupuestaria, amén de las limitaciones técnicas de aquel entonces. A ello cabría sumar el papel de los actores secundarios con unas actuaciones en su mayoría mediocres y planas, a lo que no contribuye el rigorismo cinematográfico japonés.


COMPARACIÓN. Por evidentes cuestiones históricas y por razón del contenido la película de Maruyama por imperativo trae a colación en la mente del espectador otras películas, ya sean más o menos posteriores, ambientadas en el frente del Pacífico y que toman parte de los temas que en esta hallan su reflejo. Quizás la más evidente, tanto por temática como por la factura japonesa, es la imperecedera “Tora! Tora! Tora”, que toma también como núcleo o punto de partida el ataque a Perl Harbour, si bien esta última resulta, de modo objetivo, infinitamente mejor en todos los aspectos. En otro orden de cosas, y sin huir del aspecto comparativo, en “Almirante Yamamoto” observamos un recurso temático que enlaza con otras creaciones y que suponen prácticamente una constante en el cine bélico japonés ambientado en la Segunda Guerra Mundial, cual es el de asentar el núcleo de la trama en un alto oficial del ejército imperial con un pasado vinculado a los Estados Unidos o que guarda reminiscencias, cuando no admiración, por dicho país. Temática esta que puede observarse en películas recientes como, por ejemplo, “Cartas desde Iwo Jima”.


HISTORIA. Isoroku Yamamoto, el principal personaje de esta película, es uno de esos grandes nombres de la Segunda Guerra Mundial, que no por el hecho de no haber pertenecido ni al bando aliado, ni a la Wehrmacht deja de ser uno de los genios de aquella. Salvando las diferencias de las circunstancias de las contiendas que estuvieron bajo su batuta con otras que se produjeron, su calidad militar estuvo a la altura de la de los grandes contendientes como Rommel, Auchinleck, Eisenhower, Patton o Montgomery. No obstante, su notable periplo militar por esta contienda terminó por sucumbir a los perturbadores intereses políticos que, desde esferas ajenas al oficio castrense, terminaron por condicionar su impecable labor de mando así como su independencia de mando que, sin aquella influencia, se había probado como de una enorme valía. Casi, o sin esa concesión a la diferencia, podemos considerarlo como el Erwin Rommel del Pacífico dado que la intervención y la fiscalización por parte de las altas instancias limitó a ambos en su amplitud de miras militar así como en la planificación de las maniobras. No obstante, Rommel debió sus impedimentos al hecho de tener que operar de lado del ejército italiano y a la limitación que ello suponía, más que a decisiones políticas, que también. Otros como Montgomery tuvieron que someter su espíritu combativo a las necesidades ajenas y al hecho de actuar con diversos aliados, lo que le forjaría choques estratégicos en el Alto Mando Aliado. Yamamoto, en tanto comandante en jefe de la Flota Combinada de la Armada Imperial Japonesa tuvo mayores fuerzas bajo su mando que los anteriores pero el influjo político imperial era casi directo, lo que era una cortapisa directa en sus pretensiones, tal y como podemos observar en muchos momentos de la película, lo que no empece el calificativo de genio militar de Yamamoto. Tanto es así que resulta casi unánime la consideración de que la muerte de este militar supuso el punto de inflexión que convirtió la posible derrota de la nación nipona en un hecho inexorable.

Descendiente de familia de tradición samurái y personaje cultivado en artes varias, conocedor del mundo occidental por sus estudios en la Universidad de Harvard, muy pronto se enroló en el mundo militar formándose desde su juventud en la Escuela Naval Imperial Japonesa, ascendiendo progresivamente en la escala de la Armada Imperial Japonesa llegando a participar en la guerra ruso-japonesa, en la que perdería dos dedos por la explosión de una granada.

Fue precisamente de su ascenso y las posiciones que ocupaba en base a ello, que aprovechó para realizar diversos viajes por los países occidentales durante los últimos años de la década de los veinte y primeros años de la década de los treinta, viajes en los que evidenció su soberbio academicismo militar aprehendiendo e importando técnicas de construcción y diseño, así como diversos aspectos tácticos de cada una de las flotas. De hecho, sus conocimientos no pasaron inadvertidos, hasta el punto de que fue el militar seleccionado como representante del país nipón para la participación en las negociaciones de los acuerdos armamentísticos internacionales, entre ellos el controvertido de reducción de armamento de 1934 celebrado en Londres. Su meteórica carrera no se detuvo y siguió escalando posiciones en la Marina Imperial, pasando por el cargo de vicealmirante y llegando a ser el máximo responsable de la Flota Combinada del Imperio del Japón en agosto de 1941.

Precisamente ese era el cargo que desempeñaba a finales de 1941, cuando la perspectiva de la ofensiva sobre Pearl Harbour comenzaba a tomar forma. Yamamoto, consciente de los peligros de un planteamiento tan somero como fugaz en la ofensiva contra este país, era contrario a una guerra contra los Estados Unidos, sobre todo en el caso de que ésta se prolongase más de un año (postulado coincidente, curiosamente, con el mantenido por Rommel al otro lado del planeta). Bajo fuertes presiones de índole política y en abierta controversia con los altos oficiales de la Marina Japonesa, Yamamoto logró desechar el inicial plan de acometer la ofensiva contra los americanos en mar abierto toda vez que era un perfecto conocedor de la capacidad técnica y, sobre todo, material de éstos. Manifiesta en la película, seguramente en concordancia con la realidad, que “si la guerra es inevitable, sólo hay una forma de ganar: destruir a la flota americana en Pearl Harbour”, postura que reitera al Ministro Konoe, al cual le insiste en el hecho de que “en dos o tres años no puedo asegurarle nada”. La situación, en términos de planteamiento, la resume el protagonista al inicio de la película: “Japón es un país pequeño, con poca industria, en una guerra contra los Estados Unidos la única forma de sorprenderles es atacarles en su base más adelantada e intentar aprovechar la ventaja de la sorpresa para lograr la victoria”. Así, el 3 de noviembre de 1941, aun bajo la manifiesta reserva que evidenciaba Yamamoto respecto del ataque contra los Estados Unidos, fue aprobado el plan de ataque sorpresa a Pearl Harbour y los elementos de la armada allí anclados.

Así, dada la orden de inicio del ataque, bajo la clave “Tora – Tora – Tora”, el 7 de diciembre comenzó la ofensiva japonesa sobre Pearl Harbour. Con Yamamoto al mando de la operación, que dirigía desde el portaaviones Akagi, en la misma fueron empleados, y en varias oleadas, medio millar cazabombarderos y torpederos en un ataque conjunto partiendo de seis portaviones, logrando la destrucción de buena parte de la flota americana sita en la isla. Se logró causar severos daños a diversos buques, así como el hundimiento de otros en la misma bahía, como el HMS Arizona. Por el bando americano perecieron del orden de 2.500 hombres por la pérdida de apenas una docena de aviones nipones. No obstante el resultado, tomado por buena parte de los altos oficiales como un enorme éxito, causó una cierta desazón entre los más avezados, entre ellos Yamamoto, puesto que consciente de la importancia de tal elemento de combate, ninguno de los portaviones que se esperaba se encontrasen en la bahía de Pearl Harbour para ser destruido se encontraba allí. Este hecho, a la postre, sería uno de los factores, entre otros muchos, del progresivo derrumbe y derrota final de la Marina Japonesa.


A propósito de la relatividad del éxito de tal operación, se han abierto, frente a la simple y tradicional asunción de los hechos, corrientes históricas profusas en argumentos que han propugnado que dicha ausencia de los portaviones no era casual, a cuyo efecto advierten de determinadas circunstancias concurrentes en aquellas fechas. Proponen quienes defienden esta tesis que se trató de un ataque, sino provocado, cuando menos consentido, por el presidente americano Roosevelt dado que éste tenía el firme propósito de entrar en la contienda pero que, dada la animadversión de la opinión pública americana y los altos mandos del Ejército, carecía de una causa que le habilitara para hacerlo. Descartada la táctica del hundimiento de un buque propio culpando a los japoneses (técnica del “false flag” o “false sinking”, empleada ya con el Marne en 1898 para iniciar la guerra por Cuba contra los españoles) para lograr su cometido, arguyen quienes defienden este postulado, obligó a Japón a atacar a Estados Unidos, forzando un bloqueo de la exportación de petróleo americano a dicho país y ocultando al público las negociaciones que los emisarios japoneses mantuvieron hasta el mismo 7 de diciembre. A ello se añade el hecho de que el Ejército de los Estados Unidos disponía de los códigos secretos de encriptado de los mensajes japoneses, bastando con no revelarlos al mando de Hawai, además del hecho de la reducción de las fuerzas defensivas en tales islas, medida que provocó reiteradas protestas alzadas por el almirante Richardson, al mando de los contingentes allí sitos. Debe sumarse, a todo lo expuesto, la casualidad de que precisamente los portaaviones con base en Pearl Harbour se hallasen todos conjuntamente de maniobras y a una considerable distancia. Casualidad o no, lo cierto es que los hechos abren la puerta a las suspicacias.

Sea como fuere, el hecho es que la contienda se prolongó más de un año, como hacían prever los vaticinios más negativos de Yamamoto, lo que, como éste había predicho, comenzó a traducirse en derrotas japonesas a manos americanas. Señaladamente pueden referirse los fracasos en Guadalcanal, en la bahía de Leyte y, sobre todas ellas, en la decisiva batalla de Midway, en la cual teniendo el mando su almirante Nagumo (y tal como se recoge en la cinta que analizamos) se perdieron cuatro portaaviones (Akagi, Kaga, Soryu e Hiryu), parte de la fuerza aérea y numerosas tropas, amén del sacrificio, en una misión suicida, del buque insignia de la Marina Imperial Japonesa, el acorazado Yamato. Así las cosas, el 13 de abril de 1943, las tropas americanas, que, como anticipamos, habían descifrado los códigos japoneses de comunicación, interceptaron un mensaje del ejército japonés, en el que se informaba de la llegada en avión del almirante Yamamoto a algunas bases japonesas de las Islas Salomón. La aviación estadounidense preparó una emboscada y el 18 de abril consiguió derribar sobre la isla de Bougainville al avión que transportaba al almirante Yamamoto. Su puntualidad metódica, facilitó el trabajo de los aviones americanos. Como no podía ser de otro modo, fue enterrado en Yasukuni-Jina siguiendo los cánones militares y con honores de Estado.


Una cuestión a la que merece la pena prestar atención es el alto grado de disensión que, con acierto histórico, se reproduce en la película entre el Ejército Imperial y la Marina Imperial, cuyo único eslabón de unión se representa en el protagonista de la película. Es este, el de la separación entre secciones militares de un país, un factor que, observado desde la ventaja que ofrece la distancia del tiempo, se erigió en un factor crucial en la derrota de las fuerzas de diversos países contendientes. Francia cayó ante las fuerzas alemanas no sólo a causa de la blietzkrieg, que también, sino por que ésta dio en el punto débil de las fuerzas armadas galas: la nula coordinación de su infantería, contingentes blindados, suministros y fuerzas aéreas. Italia incurrió en el mismo error, lo que tendría idénticas consecuencias de no ser por sus colegas de la Wehrmacht; pero en su caso no se debió a la casualidad organizativa sino a la firme creencia del Duce de que la separación entre los segmentos de sus fuerzas (especialmente la Marina y Fuerza Aérea) crearía un nivel de competencia tal entre ellas que implementaría los resultados obtenidos.

Y así, tal y como concluye la cinta, Isoroku Yamamoto, después de 16 meses del ataque a Pearl Harbour y tras liderar una guerra a la que se opuso desde el principio, murió en primera línea del frente. Sin embargo, ha de llamarse en esta conclusión a dos reflexiones: que ningún militar que se precie se opone a la oportunidad de demostrar su valía y sus conocimientos y que la primera línea distaba demasiado del lugar de fallecimiento de Yamamoto.


APARTADO TÉCNICO. Sobre este punto esta película nos plantea una evidente dicotomía. Por un lado, teniendo presentes tanto las deficiencias técnicas del cine japonés de la época como la circunstancia de que ésta que analizamos era precisamente una de las primeras en aventurarse en cine bélico de esta contienda, es plausible el intento. Pero, por otro lado, y como lo loable no empece lo obvio, las carestías con las que contaba el equipo de producción se muestran por doquier bien que el equipo de producción no se escondió en el simple hecho de intentar colocar elementos técnicos en la cinta sino que se atrevió a desplegar todos esos elementos (aviones, acorazados, etc.) en pleno combate incuso con osadas tomas (véanse las subjetivas de los aeroplanos). De lo más destacable son los Mitsubishi A6M “Zero” o los A5M tanto en el ataque a Pearl Harbour como en los restantes combates, apareciendo otras piezas de combate que ora no son acreedoras de mención ora no resultan reconocibles por el poco meticuloso abuso del maquetismo. Las imágenes originales de los bombarderos B-25 norteamericanos, dan un punto de dignidad al conjunto.


Sin embargo, “Almirante Yamamoto”, a pesar de sus manifiestas deficiencias, nos ofrece la posibilidad de ponernos ante los dilemas estratégicos del Alto Mando nipón cuando su ataque sobre Hawai es inminente. Podemos observar cómo se incide en la creación o adaptación de los aviones torpederos en atención al poco calado (40 pies) que presenta la bahía de Pearl Harbour; también presenciamos momentos en los que vemos como, tras arduos y ténicos debates, solventan la presencia de los aviones patrulla de las fuerzas aéreas de Pearl Harbour así como, mediante diversas precisiones estratégicas, intentan conservar su factor sorpresa puesto que dicho factor era, según el propio Yamamoto, la clave de bóveda de la acometida.


ERRORES. El catálogo de errores resulta largo y tendido, con algunos especialmente significativos lo que, rompiendo una lanza a favor de los productores de “Almirante Yamamoto”, se cohonesta con las carencias con las que éstos tuvieron seguramente que trabajar. Sin embargo, algunos errores son perfectamente subsanables y obedecen a una simple falta de atención. De este modo, pueden señalarse en cuanto errores técnicos las ya referidas taras que las maquetas producen en cuanto a la reproducción, no sólo de los aviones, sino en los portaaviones, en cuya esteticidad hace especial mella la mala factura de las mismas.

Sin embargo, los deslices no se quedan sólo en lo estético dado que a lo largo de la trama van apareciendo algunos que causan cierta desazón. Así, al inicio de la película, en una escena en la que observamos a Yamamoto en su despacho del almirantazgo con la fecha subtitulada: 16-6-1947. Fecha manifiestamente equívoca casi dos años posterior a la finalización de la contienda y cuatro respecto de la muerte del personaje que protagoniza el film.

Errores de índole técnica aparecen esparcidos de principio a fin. De éstos, se persevera gravemente en uno. Y es que constantemente se presenta a los cazas nipones combatiendo con las bombas adosadas a la parte inferior de su casco, lo que sólo sería entendible en las escenas correspondientes al ataque sobre Pearl Harbour o, a lo sumo, en Midway o Leyte, pero no en combates aéreos o, lo que es más grave, en funciones de escuadra en las que la labor de vigilancia y rápida defensa exigen una mayor agilidad así como que la ausencia de objetivos concretos no es acorde con la presencia de aquellas. De este modo, podemos advertir la presencia de dichas bombas en los A6M encargados de la guarda del avión en que viaja Yamamoto. De haber sido así en la realidad, los P-39 Lightining americanos lo hubieran tenido aún más fácil de lo que lo tuvieron para acabar con la vida de Yamamoto.


LA FRASE. “Paz paciente antes que guerra victoriosa” (Isoroku Yamamoto). Una sentencia que resume perfectamente la filosofía de guerra que, en lo que a los Estados Unidos se refiere, practicaba el susodicho personaje. Gran estratega y militar de grandes dotes tácticas supo advertir el peligro de tomar la senda de atacar al Tío Sam, a lo que sin embargo, y pese a sus reticencias nunca se negó. Su baza era la derrota americana en el breve plazo de un año pero era conocedor tanto de las limitaciones materiales y estratégicas de Japón como de la superioridad material de los norteamericanos a medio plazo. Constantes frases a lo largo de la película reproducen este tipo de meditaciones que, a buen seguro, al auténtico Yamamoto le costaron más de una noche de sueño: “Las revoluciones no arruinan un país; en cambio las guerras sí”, “Señor, debería ir usted a Estados Unidos y contar sus fábricas”.


PARA QUIEN. En términos históricos puede ser una buena y didáctica película para quienes busquen referencias e información sobre el almirante Yamamoto, no sólo por la acorde imagen que de él se da sino también por el hecho de que la factura nipona de la película contribuye a dar una perspectiva de aquellos cuyos padres se encomendaron a su figura en la labor de defensa de su país. Como película, por lo demás, es deficiente en todos los aspectos y poco recomendable de no ser por la curiosidad de poder visionar el primitivo cine bélico japonés, tan diferente en lo cualitativo respecto de las cintas contemporáneas sobre la Segunda Guerra Mundial.
  


VALORACIÓN. Ruda y deficiente en lo estético, sin mayores dificultades de planteamiento, plana y esquemática en lo que se refiere a los personajes, su mayor virtud es la de recrear la figura de un personaje tan señero e importante como el almirante Yamamoto, un militar cuya valía resulta patente desde el momento en que su muerte supuso un punto de inflexión inexorable del Imperio Japones en su camino hacia la derrota definitiva dos años después. Un personaje que se viene a recrear de una forma más que correcta, aunque pesada en ciertos puntos de carácter (excesivo academicismo y falto de emotividad), su actuación sólo se ve empañada por los elementos que le rodean que no son sino fruto de los errores de un cine japonés aun lejos de la calidad que suele ostentar en el presente. Digna de ver, pero no de repetir.

viernes, 14 de septiembre de 2012

MIS SINCERAS DISCULPAS

Como ya habréis comprobado en los últimos meses, el blog ha permanecido prácticamente inactivo. Los comentarios, siempre tan acertados como agradecidos, eran contestados con mucho retraso, si bien no con propósito de desidia. Mis visitas a vuestros blogs fueron paulatinamente desapareciendo.

Lamento esta desaparición, sobre todo en la medida en que el pequeño éxito de este humilde espacio cinéfilo se debía a cuantos comentábais en él o, simplemente, echabais un ojo, gente para con quien, por ello, debía haber guardado cierta atención al blog por una esencial razón de respeto. Me fue imposible. Circunstancias personales y laborales me han tenido apartado de este mundillo pero ahora, al fin, puedo volver a dedicarle cierto tiempo a esta pasión llamada cine bélico y que, con gusto, comparto con vosotros a medio de este espacio. Por todo ello no puedo sino disculparme con todos vosotros.

Quiero agradecer sinceramente las visitas y comentarios que, aun en las circunstancias referidas, no han cesado en este tiempo.

En fin, en breve plazo volverán las publicaciones para todos aquellos quienes quieran leerlas, criticarlas, disentir o, en suma, aportar su grano de arena, puesto que todo ello constituye el inasequible combustible de mi teclado.

¡Un saludo!


domingo, 1 de abril de 2012

ENEMIGO A LAS PUERTAS (ENEMY AT THE GATES)


SINOPSIS. Año 1942. Stalingrado. En el medio de las ruinas de la ciudad dos potencias, la Unión Soviética y Alemania, miden sus fuerzas en una batalla que se antoja crucial para el devenir de los posteriores acontecimientos y que acabará siendo una de las más duras de la Historia. En medio de dicha confrontación un hombre empieza a despuntar como francotirador: Vassili Zaitsev (Jude Law). Tras conseguir rescatar al comisario político Danilov (Joseph Fiennes) de posiciones alemanas, ambos catapultan sus destinos y se convierten en emblemas de la lucha soviética contra los nazis a través de las muertes causadas por la puntería de Vassili Zaitsev y la labor propagandística de Danilov. Sin embargo, todo cambia cuando irrumpen en la escena dos personajes: Tania, una soldado del Ejército Rojo, de la que ambos se enamoran, y el mayor Köning (un genial Ed Harris), un oficial alemán y notable francotirador enviado expresamente para acabar con el tirador ruso que tanto daño les ha causado. El prometedor destino de Zaitsev, parece estar en dificultades.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Con mucha diferencia y pese a los notables aspectos de los que atesora esta gran producción europea dirigida por Jean-Jacques Annaud, lo mejor de la película está en la primera media hora de cinta en la que podemos ver cómo, después de un tortuoso viaje en tren, se presenta la dantesca imagen de una ciudad de Stalingrado en ruinas  y cuya salvación se encomienda a los soldados rusos llegados desde lo más recóndito del país. Una magnífica introducción que nos presenta unas imágenes no muy diferentes a lo que debió ser la situación de la ciudad. Se trata de unas escenas llenas de una tensión constante así como de un terrible dramatismo del que se hace plenamente partícipe al espectador que, a través de unas magníficas tomas de cámara, acompaña al soldado ruso hasta una prácticamente segura muerte en su enfrentamiento con las tropas alemanas y sin la alternativa poder retroceder. Unas escenas cualitativamente análogas a las que dan comienzo a “Salvar al Soldado Ryan” y que, precisamente como ellas, han sido tomadas para la recreación de algunos de los juegos más señeros de la saga bélica de la Segunda Guerra Mundial. Ha recibido elogios varios esta película por trasladar el entramado de los clásicos “western” a un ambiente tan distinto como es el de la batalla de Stalingrado, hasta el punto de ser calificado como un “western con miras telescópicas”.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Lo peor de “Enemigo a las puertas” es lo que viene a continuación de lo anteriormente referido como su más sobresaliente aspecto. Y es que justo tras el gran despliegue de escénico, con una gran fotografía, unas recreaciones espectaculares, un trepidante ritmo narrativo y una tensión de órdago, capaces de mantener al espectador pegado al sillón, la película se frena en todos los aspectos dando lugar a un entramado de historias personales (señaladamente el axiomático trío amoroso Zaitsev-Tania-Danilov) demasiado previsibles y que desvirtúan el verdadero contenido de la cinta, amén de no compadecerse con lo que nos anunciaban las escenas iniciales. Por momentos casina, la película desdibuja su íter argumental a causa del exceso protagonismo que llevan a acaparar las historias personales de tipo sentimental. A ello debe sumarse la desaparición de cualquier referencia al desarrollo general de la batalla así como al desarrollo de la batalla de Stalingrado en el que los personajes se mueven.


COMPARACIÓN. El fulgurante comienzo, tan repleto de espectaculares escenas, nos trae reminiscencias de otras producciones que ostentan un comienzo de tal guisa, tales como “El último asalto”, “El puente de Remagen”, “Pearl Harbor” y, más que ninguna “Salvar al soldado Ryan”, llegando a estar el inicio “Enemigo a las puertas” al mismo o incluso a un superior nivel cualitativo. No obstante, como se ha referido, el entramado amoroso que conforma el nudo de nuestra historia se separa radicalmente de aquellas producciones para retomar un hilo conductor más pasteloso y de menor talle bélico, muy al estilo “De aquí a la eternidad”, pasado el punto histórico a ser un tanto gratuito por más que se recuerde su ambientación mediante alguna que otra escena. Es, a propósito de su mención, algo muy similar a lo que acontece en “Pearl Harbor”, esto es, un inicio contundente, sorpresivo y de solidez argumental que se diluye rápidamente a un ritmo inversamente proporcional al que ganan importancia los elementos secundarios. Por temática de fondo, su más próxima cinta es "Stalingrado" que, pese a las críticas que puedan leerse, es más exacta en cuanto a circunstancias históricas que la película de Annaud dado que aquella, a diferencia de ésta, va circunstanciando la situación de la batalla en términos históricos.


HISTORIA. Es obvio que hablar de “Enemigo a las puertas” exige hablar de la que en cuestiones de dureza de combate, lo sangriento de cada lucha y condiciones cruentas es la madre de las batallas: la batalla de Stalingrado. Desarrollada en dicha ciudad (la actual Volgogrado) entre agosto de 1942 y febrero de 1943 fue conocida por los alemanes como “guerra de ratas” (Rattenkrieg) y uno de los puntos de inflexión de la contienda; en ese sentido, no es exagerada la afirmación inicial de la voz en off que termina su presentación afirmando a Stalingrado como “la ciudad donde se decide el destino del mundo”. No obstante, el cine bélico, más o menos reciente, se ha empeñado en dar a conocer esta batalla con un sustento fáctico que se ampara más en la propaganda que en la realidad de los hechos y que la generalidad del público, carente de referencias, ha venido a tomar por sacrosantas verdades.


En primer lugar, en lo tocante a términos históricos podemos observar la dificultosa tarea llevada a cabo por los francotiradores en Stalingrado. Sin duda, el estado ruinoso de la ciudad favorecía la puesta en práctica de las técnicas de camuflaje y mimetización. Es cierto que los uniformes y fundas de camuflaje de esquemas disruptivos fueron introducidos por primera vez por las Waffen SS pero los rusos habían adoptado unas técnicas más específicas para la lucha en la nieve con unos monos de una pieza en esquema de nube al que incorporaban una máscara que cubría el rostro del tirador; por su parte, los alemanes se limitaron prácticamente a la utilización de capas y fundas blancas, menos efectivas. Por otro lado, el Ejército Rojo era prácticamente el único que contaba con gran número de academias de francotiradores y una línea constante de fabricación de fusiles con mira telescópica (se fabricaron 53.000 Mosin Nagant en 1938) lo que les otorgó gran ventaja numérica en efectivos personales y armamento; pero la formación de sus tiradores era comparativamente mucho peor que la de sus homólogos de otros ejércitos dado que prevalecía el criterio cuantitativo, no el cualitativo. La diferencia residía en que la Wehrmacht, en los inicios de la contienda, distinguía a los francotiradores por su labor en el combate, no en academias, si bien mucho más tarde, hacia finales de la guerra, fue incrementándose el número de academias de francotiradores a las que eran llevados los combatientes más destacados en esa labor. Además, el fusil alemán Mauser K98k era un fusil muy preciso a media-larga distancia aun sin mira telescópica lo que convertía al soldado medio alemán en buen tirador, dado que un buen francotirador no solía necesitar la mira telescópica para ser eficaz. Sin embargo, en lo que a Stalingrado se refiere, la labor de hostigamiento de los francotiradores no tuvo tanta relevancia dado el persistente movimiento de tropas y unas posiciones tendencialmente inestables. Sólo una vez estabilizadas las posiciones y, sobre todo, una vez cercado el VI Ejército alemán en las ruinas de la ciudad, la tarea de aquellos se erigió en importante toda vez que la caída de cada soldado tenía una fuerte impronta psicológica.


En segundo lugar, aunque a lo largo de la trama se menciona y aparece recreado algún que otro episodio de la batalla de Stalingrado (como el cruce del río, bombardeo alemán, la lucha por los grandes almacenes y la fábrica de tractores), en lo sustancialmente estratégico y el avance de las líneas se prescinde del desarrollo de aquella. No obstante se presentan varios de los pilares esenciales de lo que fue aquella mítica batalla como lo fue la labor de los comisarios políticos (vemos al propio Danilov o a los que arengan a las tropas rojas llegadas a Stalingrado) o las dificultades estratégicas a las que el avance sometió al Ejército Rojo en la simbólica ciudad portadora del nombre de su Camarada Jefe. La incertidumbre del destino, la ausencia de tácticas y una moral decaída, obligó a los bolcheviques a radicalizar sus ya despiadadas tácticas ante la llegada de los alemanes (aunque casi ninguna tiene reflejo en la película). Así, ante el imparable avance del VI Ejército, por entonces ya al mando del General Paulus,  y segmentos del IV Ejército Panzer que habían cercado la ciudad el ejército bolchevique comenzó un plan de adiestramiento de perros bomba destinados a destruir los blindados alemanes posicionándose bajo ellos; un plan que surtió cierto efecto y del que las tropas rusas hicieron un uso considerable hasta que las fuerzas alemanas, advirtiendo la estratagema, acababan con los canes antes de que estos les dieran alcance. Con las divisiones alemanas ya en la ciudad el propio Stalin obligó a la población civil a permanecer en las ruinas de la ciudad (aunque en la cinta se muestre a la práctica totalidad de la población en el puerto y una ciudad desierta) y ello aun a pesar de los bombardeos y ataques artilleros alemanes; todo con el único objeto de dar una apariencia de fortaleza del pueblo ruso para minar la moral alemana que, a este propósito, apenas se veían afectados pues precisamente el VI Ejército era una fuerza que había combatido con éxito desde los inicios de la contienda. Otra directriz del Alto Mando del Ejército Rojo, esta sí acertada, fue la orden dada a sus soldados de combatir a los alemanes desde posiciones cercanas a estos, lo que limitaba la eficacia de los bombardeos de la Luftwaffe que hostigaba las líneas rusas dado que los aviones alemanes no podían bombardear sin hacer peligrar a sus camaradas. A ese cúmulo de decisiones hay que sumar el cruce masivo de tropas del río Volga para combatir en la ciudad.


No obstante lo anterior, la medida más despiadada, y con diferencia, fue la destinada a solucionar el alto índice de deserciones que experimentaba el Ejército Rojo, un ejército con una moral minada y cuyas líneas caían a cada paso de los alemanes. Fue en esta situación que Stalin dio su consigna, hoy en día tan aclamada por ciertos sectores ideológicos en sus manifestaciones e inconscientes de su real significado, que fue el conocido “Ni un paso atrás”. Los soldados rusos, por aquel entonces, empezaron a  tener noticias de que los alemanes no sacrificaban a los soldados rusos capturados (si bien históricamente se ha reiterado hasta la saciedad lo contrario), lo que provocó que un masivo número de soldados y oficiales del Ejército Rojo se rindiese sin presentar combate o, directamente, se cambiase de bando (por ejemplo, el general Vlasov, el cual afirmó acerca de Stalin que era el peor enemigo del pueblo ruso). A la luz de tales hechos, la orden de Stalin fue tan clara como implacable: ejecutar a sangre fría a todo soldado ruso que se batiese en retirada; aunque, de hecho, con tal medida se evitaban las deserciones y su número descendió, el resultado no pudo ser más fatídico y muchos soldados rusos se vieron abocados a la muerte en misiones suicidas en las que la única incertidumbre era si perecerían bajo fuego alemán o por las balas de sus camaradas. Una triste realidad de la que el propio Stalin se enorgullecía al afirmar a este respecto que “al soldado ruso es al único que le resulta más costoso retroceder que avanzar”.


Por lo demás, hay que señalar que, aunque en la película apenas se deja adivinar el resultado de la batalla de Stalingrado, ésta cayó del lado ruso. Aunque las fuerzas alemanas habían tomado tácticamente la ciudad, o lo que de ella restaba, las fuerzas rusas, en la conocida como Operación Urano, acometieron una contraofensiva a la desesperada contra los flancos del VI Ejército de Paulus, los cuales estaban guardados por elementos de los ejércitos italiano, rumano y húngaro que, al carecer de la preparación y armas necesarias para enfrentarse a los blindados soviéticos T-34 sucumbieron en cuestión de horas dando lugar a que el Ejército Rojo pudiese cerrar el cerco sobre la ciudad, en la que consiguieron embolsar al ejército de Paulus y a segmentos de la IV División acorazada (en total, unos 300.000 soldados). Las promesas de Goering de abastecer a estos hombres por aire apenas alcanzaban a aportarles más que una porción de los pertrechos necesarios para resistir el cerco, en parte porque los rusos disparaban bengalas que confundían a los aviones alemanes a la hora de lanzar sus cargas. Por si ello fuera poco, los francotiradores rusos hostigaron a los soldados alemanes y además éstos sufrieron un enorme castigo psicológico por parte de los rusos quienes emitían mensajes sonoros destinados a socavar su moral; el más conocido, y muestra de la destreza en la tortura psicológica de la que los bolcheviques fueron verdaderos maestros, la constante emisión audible en toda la ciudad del sonido del tic tac de un reloj para recordar el paso del tiempo a los alemanes. A pesar del fracaso en enero de 1943 por parte del mariscal von Kleist en su objetivo de romper el cerco ruso (le restaron apenas unos kilómetros para abrir una vía de escape), comenzaron una tenaz resistencia siendo conscientes que, a pesar de su cada vez mayor aislamiento, cada combate que entablasen en la ciudad jugaría a favor de sus compatriotas que combatían a las tropas rusas en el frente. En ese sentido, y evocando la circunstancia de que ningún Mariscal de Campo alemán había sido derrotado en el campo de batalla, Hitler nombro a Paulus en tal cargo para que o bien resistiese o muriese en el intento; sin embargo, en una decisión que le ha reportado numerosas críticas, a veces un tanto infundadas, hacia su valía optó por una capitulación firmada el 2 de febrero de 1943, lo que dio a los rusos un baluarte propagandístico sin parangón. Ciertamente, la posición del inexperto Paulus, nombrado inesperadamente al mando en sustitución de von Richenau (quien pasó a dirigir el Grupo de Ejércitos Sur en el que el VI Ejercito se integraba), era complicada en lo táctico dado que sus hombres no estaban tan preparados para la guerra urbana como a campo abierto, pero pecó de ingenuo al creer que los rusos dispensarían un buen trato a sus soldados y oficiales; todo lo contrario, en estado hambriento y enfermizo fueron obligados a retirar los escombros de la ciudad y posteriormente llevados a pie de un campo de trabajo a otro a través de la inmensidad de la nevada Siberia de la Unión Soviética en las llamadas “marchas de la muerte” y, de hecho, del VI Ejército alemán, apenas volvieron a Alemania unos 5.000 hombres. Ello es más llamativo todavía cuando es prueba de la ignorancia de Paulus respecto de la voluntad y del estado de la moral de sus tropas. En uno de los últimos reductos de la resistencia alemana en Stalingrado, muestra de su heroico coraje, un soldado alemán enviaba el siguiente, y a la postre último, mensaje radiado: “Hola. ¿Hay alguien ahí? Aquí aun permanecemos seis hombres de toda la división. No hemos comido en toda la semana y llevamos días sosteniendo esta posición. Ya he disparado la última bala de mi pistola. En cuestión de minutos cientos de bolcheviques atacarán y acabarán con nosotros. Por favor, digan a mi padre que he cumplido debidamente con mi deber. ¡Larga vida a Alemania! ¡Heil Hitler!”.


Por todo ello, es en cierta medida penoso ver cómo una película de tan buen semblante formal desperdicia la ocasión de dar un salto cualitativo en cuanto a la recreación de la gran batalla de Stalingrado al recoger para su producción más vestigios de la propaganda soviética que contenido histórico propiamente dicho lo cual habría contribuido a la verosimilitud de la trama y a un mayor conocimiento de uno de los puntos trascendentales de la Segunda Guerra Mundial.


APARTADO TÉCNICO. En “Enemigo a las puertas” tenemos la oportunidad de observar un catálogo armamentístico bastante diverso, completo y tendencialmente correcto en su disposición. Destacan los fusiles Mosin repartidos entre las tropas rusas, un SdKfz 251 alemán con una ametralladora MG34 en su parte superior, algún que otro camión Zis soviético, los bombarderos en picado JU87 Stuka atacando a las embarcaciones soviéticas así como la reproducción de carros de combate alemanes, pretendidamente Panzer III aunque exagerados en su tamaño. Curiosamente, dichos ejemplares son exactamente los mismos que los empleados en “Resistencia”.


Sin embargo esta película se erige en un tributo a las armas de los francotiradores. Así, por parte de los rusos vemos como Zaitsev emplea el fusil estándar de los francotiradores rusos, el Mosin-Nagant M-1891/30 con un pequeño y ligero visor PU de 3,5 aumentos, si bien en la cinta Sasha lo presenta como un arma novedosa al hablarle de ella al oficial alemán; era el mejor fusil de precisión ruso pero cuyo protagonismo pronto tuvo que compartir con el Tokarev M-1938, que presentaba la ventaja de tratarse de un fusil semiautomático por toma de gases. Por su parte, el francotirador alemán utiliza un fusil Mauser K-98k con visor de montaje alto, una verdadera máquina de precisión; no obstante el nivel cualitativo de los fusiles de precisión alemanes conllevaba que la elección de uno u otro quedase al final al albur de las preferencias del tirador, por lo que el K-98k podría encontrarse tanto en las divisiones de paracaidistas (Fallschmirmjäger), como de las Waffen SS, como del Heer.


ERRORES. El problema de base de “Enemigo a las puertas” reside en la simple circunstancia de que al ampararse únicamente y sin ambajes en la versión soviética de los acontecimientos incurre en errores de calado, sobre todo en lo que toca al contenido histórico.

Así, el principal de los errores se cierne sobre el núcleo principal de la cinta, esto es, el duelo entre Vassili Zaitsev y Koning, el francotirador alemán. Y es que resulta harto evidente que el primero es un personaje real pero de circunstancias personales exageradas por la Unión Soviética hasta elevarlo a la categoría de mito; y el segundo es, directamente, un personaje fruto de la invención propagandística y creado con el único propósito de engrandecer la figura del primero. Y ello es evidente desde el mismo momento en que en el enfrentamiento de los dos francotiradores uno puede ver, y no es casual, el modelo de lucha que en el utopismo comunista se le presentaba a los soldados pero que no se cohonestaba con la realidad: el pobre y humilde pastor llegado desde los Urales para luchar por su madre Patria y el socialismo contra el noble aristócrata prusiano y fascista.

Es cierto, yendo a las circunstancias personales de cada uno de ellos, que Zaitsev era un pastor llegado desde los Urales para luchar contra los alemanes, pero ahí termina la realidad de lo que se nos presenta dado que lo más probable es que llegase al frente, como muchos otros jóvenes rusos de su tiempo, forzado por los comisarios políticos y la NKVD. Resulta acorde con la realidad el situar a Vassili en la película como un buen tirador, pero en la película podemos ver como sus cifras medran a costa de los alemanes a los que ponía en su punto de mira cuando, en la realidad, fueron infladas gratuitamente para crear el mito propagandístico de Vassili Zaitsev; justo lo mismo que otros supuestos héroes y heroínas que en realidad no lo fueron más que por acción de la propaganda como la francotiradora Roza Shanina, a quen se le atribuyeron 54 muertes.


En tan hábil como mendaz concordancia, el rival de Zaitsev tenía que ostentar ciertas condiciones para ser la mejor expresión de la lucha de clases que vendía el régimen soviético: y así fue como surgió este oficial alemán francotirador trasladado a Stalingrado para acabar por el propio Zaitsev. Sin embargo, cuando uno entra a analizar las circunstancias del susodicho personaje el oscurantismo en lo que a este respecta y las sombras sobre sus circunstancias son tanto mayores cuanto más se profundiza en él. Y es evidente que dicha figura no se vendió como lo que fue sino que los propagandistas soviéticos pudieron moldear al enemigo a su gusto. Así, no tenemos a un humilde soldado raso sino a un oficial de la escuela prusiana y de noble familia. El problema es que ni los propagandistas soviéticos se pusieron de acuerdo en su rango y esta enigmática figura varía, dependiendo de la fuente, desde el grado de mayor hasta el de coronel. Tampoco su nombre es una cuestión clara ya que se apunta por un lado que se trata de un tal Heinz Thorvald y por otros de Köning, pero en uno u otro caso los propagandistas soviéticos pecaron de un error de considerable importancia dado que si el mencionado francotirador alemán tenía origen en la nobleza germana seguramente habría de guardar la partícula nominal “von” característica de los miembros de las grandes familias prusianas (criterio este utilizado en la posguerra para procurar los más altos castigos a los prisioneros alemanes con esa distinción puramente nominal). Tampoco está claro a qué escuela de francotiradores pertenecía, algo que habría de ser fácil de concretar dada la escasez de estas en Alemania por las circunstancias arriba indicadas. Por supuesto, este sujeto tendría que tener una condecoración impuesta por el propio Hitler, pero no de las más bajas, sino nada menos que la Cruz de Caballero con Hojas de Roble, Espadas y Diamantes, ni más ni menos que la más alta distinción dentro del Ejército alemán. Sin embargo esta condecoración fue entregada a muy pocos hombres y dichas imposiciones están perfectamente documentadas y, sin embargo, no aparece este sujeto en ninguna fuente. La incongruencia es mayor cuando los soviéticos afirmaban de este francotirador alemán que había abatido a 400 soldados del Ejército Rojo, extremo harto imposible dado que ese  habría sido motivo sobradamente suficiente para que la propaganda nazi lo erigiese en emblema de su causa y, casualmente, no aparece como tal; además, el francotirador alemán que alcanzó mayor renombre fue Mätthias Hetzenauer, con sus apenas 350 blancos confirmados. Hay que añadir que la labor del francotirador no es acorde con la tradición prusiana en la que se coloca al oficial alemán; la explicación es simple: el férreo tradicionalismo prusiano era apegado a la idea de que las guerras se ganaban en la línea de batalla y no en una lucha en la distancia y sin ofrecer al enemigo la posibilidad de presentar combate. A este cúmulo de errores hay que sumar que la querencia a aumentar los méritos del alemán en pro de Zaitsev llevó en su día a exhibir una mira telescópica de un Mauser K-98k alemán en el Museo de Guerra de Moscú, visible hoy en día, cuyo cartel reza: “Mayor König, responsable de la Escuela de Francotiradores de Berlín y campeón de tiro olímpico en 1936”. Esta falacia propagandista insistía en la idea de que este oficial alemán había conseguido la medalla de oro de tiro al plato en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, pero en ninguna de las tres categorías de esta disciplina disputada en aquellos juegos (tiro con pistola a 25 metros, tiro con pistola a 50 metros y tiro con rifle a 25 metros) aparece ningún ganador, ni siquiera medallista, con el nombre de Thorvald ni Köning. Si a todos estos datos sumamos que la única fuente directa de conocimiento del francotirador alemán es la autobiografía de Vassili Zaitsev la conclusión es sencilla: el referido oficial, Köning o Thorvald, nunca existió.


Además, se observa la presencia de otros errores menores como el propio cruce del río Volga en barcas, el cual en la cinta se muestra como realizado a plena luz del día. Es obvio que estas embarcaciones realizaron el trayecto de llevanza de tropas de una rivera a otra del cauce fluvial bajo la oscuridad de la noche no sólo para limitar los efectos de los ataques aéreos alemanes sino también para evitar que los alemanes presionaran allí donde las embarcaciones iban a arribar.

Otro error de tinte histórico es el hecho de que, al margen de la familia del joven Sasha, no aparecen civiles en la ciudad cuando una orden expresa de Stalin, como se ha indicado más arriba, había impuesto a la población de la ciudad la orden de permanecer en Stalingrado.

También es reseñable como error el aspecto con el que se caracteriza a Nikita Jruschov, el cual aparece en plena senectud y con el aspecto que tendría en los años 50 o 60, y no con el semblante más joven que tendría a en 1942.

Por otro lado, lo errores de lógica son abundantes. Quizás uno de los más llamativos es el comportamiento de los soldados alemanes abatidos por Zaitsev al inicio de la película, cuando está atrapado en la fuente de la plaza con el comisario Danilov; quizás no el primero en caer, pero los demás ven como sus compañeros van siendo víctimas del tirador ruso y apenas se inmutan (unido al casualismo de las explosiones que se producen a conveniencia de Zaitsev). Otra incongruencia, también al inicio de la película, puede observarse cuando Zaitsev prescinde de abatir a un soldado alemán a pesar de tenerlo en el punto de mira y, una vez se levanta, se encuentra con el niño Sasha el cual le pregunta por qué no disparó, algo ilógico dado que sólo Zaitsev sabía a quien estaba apuntado en la distancia.


LA FRASE. “El que lleva el fusil dispara; el que no lo lleva, que acompañe al que lo lleva; cuando el que lleva el fusil muera, el que no lo lleva, coje el fusil y dispara” (Oficial de abastecimiento  del Ejército Rojo).

Son tan diversas como variopintas las sentencias que nos deja el film (sobre todo pronunciadas por Jruschov), pero la elección de esta se ampara en que es la expresión del estado límite en el que las fuerzas rusas llegaron a encontrarse en Stalingrado lo que, unido a la orden del “ni un paso atrás”, suponen la mejor expresión de la omnipresencia de la muerte a la que el soldado ruso había de enfrentarse.


PARA QUIEN. La relativamente reciente factura de esta producción unida a la corrección formal de la que está investida “Enemigo a las puertas” las convierte en una película sumamente interesante para cualquier público, a lo que contribuye su notable ambientación, la tensión que en los momentos inspirados alcanza la trama así como su instroducción espectacular. Sin embargo, si la pretensión del espectador está en el contenido documental de la cinta acerca de la batalla de Stalingrado la elección no es acertada dados los graves vicios de construcción que presenta.


VALORACIÓN. Lo que “Enemigo a las puertas” nos presenta es un western cambiado de ambientación y trasladado a la batalla de Stalingrado, así de simple. La historia de celos y pasiones amorosas y el duelo de dos hombres acaparan el peso argumental de la película, pasando la ambientación bélica a un plano secundario a pesar de la espectacularidad escénica. Una película lo suficientemente buena como para pasar un buen rato de cine pero lo suficientemente cargada de taras como para erigirla en lo alto de la clasificación. Un mayor empeño en la elaboración de la trama histórica, sin desdeño de las historias personales de los protagonistas, habría dado un mayor pulo a la película y, quizás, estaríamos hablando de una de las mejores películas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial.


domingo, 4 de marzo de 2012

KOKODA: BATALLÓN 39 (KOKODA: 39th BATTALION)



SINOPSIS. Corre el año 1942. En Nueva Guinea, un grupo de soldados australianos resiste para contener el hasta entonces imparable avance japonés sobre la isla a la espera de la llegada de la fuerza expedicionaria australiana, el AIF (Australian Imperial Forces). Entre dichos hombres se encuentran los hermanos Max y Jack Sholt que, al igual que sus compañeros y oficiales, se verán abocados a afrontar al ejército nipón en unas condiciones deplorables y en parajes inhóspitos, defendiendo el estratégico paso de Kokoda y el pueblo de Isurava. Ambos forman una zona neurálgica de la isla que, de ser tomada por los japoneses, supondría que éstos podrían expandir imperio al Pacífico sur y, consecuentemente, Australia, algo que estos hombres quieren evitar a cualquier coste. Un reflejo de la cruda realidad de la guerra en uno de los combates menos conocidos.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Su sobresaliente ambientación y fotografía. La circunstancia innegable de que estamos ante una producción de segunda línea y carente de grandes nombres no es obstáculo para reconocer el buen trabajo del director de “Kokoda: Batallón 39”, Alister Grierson, y su equipo. Los densos parajes silvestres, la sensación asfixiante de la humedad selvática y la siempre sorpresiva lluvia en tromba, unidas a espectaculares tomas aéreas, contribuyen a crear una excepcional escenografía para el desarrollo de la trama. La tensión que viven los protagonistas, constantemente mostrada a base de primerísimos primeros planos de éstos, junto a la fatiga que sufren trasladan al espectador los sentires más interiores de los soldados australianos. Las escenas previas a cada combate son excelentes puesto que, aunque estos son algo previsibles, consiguen inculcar al espectador las sensaciones propias de esos instantes preliminares mediante tomas en las que apenas se escucha el sonido de la lluvia, las gotas de agua batiéndose con las hojas de los árboles, la respiración del compañero de trinchera, los insectos, etc. Los combates son asimismo acreedores, al menos, de una mención por su gran puesta en escena, tan fuera de lo común, ya que son escasos los soldados nipones que pueden verse pero cuya presencia se intuye por las sombras que se desplazan entre la maleza y los sonidos de sus movimientos.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. En determinados momentos, quizás no pocos, la película abusa de las escenas en las que los protagonistas se mueven por la selva (por bien recreadas que estén) sin que ello aporte demasiado a la trama sino que, todo lo contrario, parece que se trata de alargarla sin razón y ello repercute en una carencia de ritmo acusada por momentos. Pecaminosa en cuanto a previsibilidad respecto del destino de alguno de sus personajes, pierde fuelle y coherencia histórica en la parte central puesto que, al carecer el espectador de referencias, tanto el repliegue australiano como el avance japonés semejan anárquicos y sólo en un instante final parecen reordenarse para adecentar el combate que pone fin a la cinta. Asimismo la película se ensaña en el arquetipo de dilema en el combate cual es el destino del soldado malherido, punto temático que reitera hasta la saciedad.


COMPARACIÓN. Película referente en cuanto al reflejo de la batalla de Kokoda y los combates entorno a Isurava, carece parangón en lo que toca a su trasfondo temático. No obstante, en los aspectos más estrictamente formales no resulta difícil buscar equivalentes, ya sea dentro del propio ciclo de la Segunda Guerra Mundial, ya sea fuera de este, puesto que la ambientación de las producciones en frondosas selvas y el desarrollo de combates en ellas han sido un manido recurso en lo tocante al cine bélico, circunstancia pareja al desarrollo de contiendas en tales parajes. Así, fuera del orbe de la contienda que es objeto de este blog pueden adivinarse evidentes parecidos, señaladamente con las películas del ciclo vietnamita, tales como “Apocalipsis Now”, “Platoon” o “Cuando éramos soldados”, en las que la forestación escénica es común con “Kokoda: Batallón 39” y las sensaciones que esa ambientación transmite no son demasiado dispares de unas a otras. Dentro de las producciones ambientadas en la Segunda Guerra Mundial los parecidos pueden ser asimismo varios pero, a título personal, es menester señalar tanto por las recreaciones ambientales como por el modo de reflejar las sensaciones de los personajes los capítulos correspondientes a la batalla de Guadalcanal y Pavuvu de la serie “The Pacific”, otro gran ejemplo en lo tocante al reflejo de la dureza del combate en el sureste asiático.


HISTORIA. Como bien se indica al comienzo de la película, en su trama subyacen una serie de acontecimientos que tuvieron lugar en Nueva Guinea en el curso de las operaciones en la Guerra del Pacífico durante la expansión del imperio japonés.


Efectivamente, en 1942  las fuerzas imperiales estaban en pleno apogeo y su expansión en el Pacífico sur parecía no tener límites ni fin en lo que a conquista de territorios se refiere. Dirigidas por la batuta de Isoroku Yamamoto sus fuerzas se antojaban imparables. Mientras tanto, las fuerzas australianas en Nueva Guinea, comandadas por el Capitán Sam Templeton, adolecían de una seria carencia de pertrechos y armamento, acuciados por la disentería y la malaria, así como carecían de la preparación dado que incluso su alto mando se había visto superado en sus previsiones por el rápido avance japonés por lo que apenas pudieron enviar a la Nueva Guinea un par de batallones de hombres y bajo las circunstancias referidas, antes de poder tener preparadas sus fuerzas regulares, amén del apoyo de fuerzas de nativos que fueron formando (el llamado PIB o Papuan Infantry Batalion). Bajo esas penosas circunstancias tendrían que defender el paso de Kokoda, cuya conquista por las fuerzas de Yamamoto supondría directamente la caída del estratégico puerto de Port Moresby el cual daría a Japón una posición privilegiada para acometer su expansión por el sur del Pacífico y, por ende, poder no sólo aislar sino también atacar Australia.

Las condiciones en las que los australianos tendrían que conseguir defender su posición no eran precisamente las más halagüeñas. Parte de sus divisiones se hallaban combatiendo contra las fuerzas alemanas e italianas al mando de Rommel en el norte de África (de donde en la película, por cierto, llega uno de los oficiales para ponerse al mando en Isurava). A ello había que sumar la superioridad técnica y numérica del Ejército del los Mares del Sur al mando del general Tomitaro Horii, que en Nueva Guinea contaba con aviación y un cuerpo de Ejército con 12.000 hombres aproximadamente. Además, la ayuda de los Estados Unidos era algo con lo que los australianos ni siquiera podían teorizar dado que aquel país apenas había cruzado la puerta de entrada en la contienda, se hallaba en plena organización, sus suministros tenían por destino prioritario las fuerzas británicas, aun sufrían el varapalo psicológico de Pearl Harbour y, en el Pacífico, se habían centrado en la toma de Filipinas. El panorama no podía pintar peor.


En cuanto al desarrollo de los combates, la realidad no distó mucho de lo que en la película podemos ver. Comenzados los enfrentamientos el 23 de julio las fuerzas australianas se vieron desbordadas en diversos puntos si bien, de facto, las circunstancias climatológicas, el estado del terreno así como su conocimiento ayudaron a compensar la superioridad nipona, a pesar de que estas se habían ocupado de diezmar a los australianos con bombardeos y descargas artilleras. El avance japonés se volvió lento y costoso desde el primer instante. El día 29 consiguieron tomar, al coste de numerosísimas bajas, la pista de aterrizaje próxima a Kokoda. El Alto Mando japonés creía, en una prueba de su ignorancia operacional en Nueva Guinea, que sus hombres se habían enfrentado a unas fuerzas de aproximadamente un millar de asutralianos: en realidad habían combatido contra el apenas un centenar de soldados que le restaban al Batallón 39 y al PIB. No obstante, en una evidente inspiración histórica como respuesta al avance japonés, los australianos contuvieron a las superiores fuerzas niponas en una serie de retiradas defensivas y una estrategia que recuerda a la utilizada en el paso de las Termópilas por Leónidas y los espartanos contra el Imperio Persa. Su artífice, el coronel William Owen, había logrado el objetivo de contener el avance nipón. Por añadidura, la selva densa, los lodazales y los precipicios favorecieron que, en las circunstancias más adversas, los japoneses pudiesen verse hostigados por una especie de guerra de guerrillas que practicaban los australianos, mejores conocedores del terreno.


Sin embargo, hay que destacar que la conquista de la isla por los nipones no estuvo tan lejos de llegar a ser un hecho. Sólo el esfuerzo constante del Batallón 39 y las fuerzas nativas, bajo las órdenes del coherente y avezado mando de Owen, y tras realizar desesperadas acciones, consiguieron el objetivo de mantener bajo dominio australiano el paso de Kokoda. De la dureza de la lucha da cuenta un dato: del Batallón 39 inicial sobrevivieron 32 hombres. El aguante de éstos fue el que permitió dilatar en el tiempo las acometidas japonesas, permitió la llegadas de nuevas fuerzas a Port Moresby y la salvación de Australia. Es aquí donde verdaderamente procedería aquella expresión de Winston Churchill de que “nunca tantos debieron tanto a tan pocos”. Tanto es así que en Isurava se erigió un monumento conmemorativo en el que se muestran cuatro palabras: valentía, resistencia, compañerismo, sacrificio.


APARTADO TÉCNICO. Es un lugar común en el cine bélico en particular el hecho de que la ubicación escénica en selvas y ambientes forestales en general consigue justificar la reducción de la dotación armamentística y la labor de documentación, además de difuminar los errores técnicos. Y “Kokoda: Batallón 39” no es una excepción a este respecto. La ausencia de armas pesadas es manifiesta. Las harapientas y desgarradas vestiduras de los soldados impiden un análisis de las mismas. Ahora bien, el catálogo de armas no puede menos que considerarse como reducido puesto que apenas se reconduce a unos fusiles Lee Enfield, unos cuantos subfusiles Thompson (“Tommies”) y dos o tres fusiles ametralladores Bren. Quizás puedan considerarse como suficientes para lo que se pretende en la cinta, pero un abanico más amplio daría un mayor vigor técnico a una película que, en cuestiones formales, no tropieza demasiado; y es esta una carencia que se hace manifiesta toda vez que en ningún momento puede apreciarse debidamente el armamento japonés.

Por otro lado, en lo táctico es una película notable puesto que se detiene en explicar, aunque sin demasiado detalle, los avances de ambas fuerzas (bajo meras suposiciones) y la respuesta a las mismas. Esta cuestión táctica se hace palmaria en las escenas de combate en las que, en medio del fuego cruzado, podemos ver cómo los protagonistas adoptan decisiones para evitar verse copados por el avance japonés así como acometen el repliegue defensivo.


ERRORES. Aunque se ha dicho, y reiterado, que estamos ante una producción bastante correcta en lo formal, teniendo en cuenta que no estamos ante una macroproducción, los errores y deficiencias tienen que evidenciarse por algún lado. El punto en el que dicha circunstancia es más evidente es en la dotación técnica. Así, no puede considerarse, desde ese punto de análisis, correcta ni pasarse por alto la presencia de los M1 Thompson o Tommies, prototípico subfusil americano, antes referidos. Dado que nos hallamos ante fuerzas australianas la decisión más correcta sería armar a los protagonistas con su paradigmático subfusil australiano, cual es el M3 “Grease Gun”, también llamado Owen, con el que sus fuerzas contaban, sobre todo porque el Tommy tampoco fue apenas distribuido entre los propios Marines americanos en el Pacífico siendo la guerra europea su destino prioritario. Por otro lado, en términos armamentísticos, no es del todo correcto colocar al Bren en manos del Batallón 39 puesto que la ametralladora de la que disponían para empeorar aun más su ya de por sí delicada situación era la antecesora de aquella, la ametralladora Lewis.

Por otro lado resulta extraño, sobre todo cuando estaban en su cénit en cuanto a conquistas, el modo de atacar de los japoneses que en los combates que se muestran optan por ataques de flanqueo y prescinden de sus míticas cargas Banzai (ataques directos y, preferentemente, frontales) que hasta entonces eran la cicate de todos aquellos ejércitos a los que se habían enfrentado; este hecho no deja de ser extraño dadas las estrecheces en las que se combatía en Kokoda y la ignorancia del terreno de la que adolecían los japoneses.

Por último, el médico del puesto de mando informa a Max de que el nuevo oficial bajo cuyo mando van a defender Kokoda “sobrevivió a las trincheras de Libia”. No siendo un extremo imposible resulta harto difícil creer que un oficial australiano pudiese ser trasladado del frente africano para defender Kokoda dado que en aquel frente, mediado el año 42, la situación del 8º Ejército británico era muy complicada y todas las fuerzas eran necesarias puesto que el Afrika Korps de Rommel les estaba superando en todos los frentes. De hecho, los soldados australianos estuvieron presentes, con destacadas actuaciones, durante toda la batalla en el frente africano (véase la actuación de la 9º División australiana en El Alamein conteniendo y rechazando el ataque italiano), circunstancia que para nada se compadece con la retirada de hombres, mucho menos si de oficiales se trataba.



LA FRASE. “Somos corderitos listos para la masacre” (Max Sholt). Una frase tan sincera como contundente. Sincera porque refleja el rol que el Batallón 39 habría de desempeñar en su defensa del paso de Kokoda y el cómo aquellos hombres asumieron la tarea con resignación, pero decididos a enfrentarse a las fuerzas japonesas. Contundente porque es acorde con lo que, en términos de sacrificio y costes humanos supuso para ellos.


PARA QUIEN. Sin tratarse de una película que se prodigue en ampulosos recursos técnicos es una película reciente, muy en la línea del cine “hollywoodiense” lo que la hace llamativa a los ojos del público general por lo entretenido de la trama. A la par, permite trasladar al espectador el conocimiento de una de esos tantos combates menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial, por lo que su didactismo documental está fuera de toda duda. Incluso para el público más afín a las escenas de acción puede representar una película salvable.


VALORACIÓN. Sin ningún género de dudas no es la mejor película acerca de la contienda, ni tiene actores de renombre en su reparto, ni tiene el trasfondo histórico de un frente más “comercial”, ni posee la espectacularidad de otras producciones. No obstante la suficiencia formal y la corrección en lo técnico, sumadas a unos enfrentamientos que colman holgadamente el aprobado le confieren una factura general más que aceptable. Resumiendo, no estamos ante una obra de arte, ni una película que vaya a pasar a los anales de la historia del cine, pero sí ante una película que salva cualquier juicio crítico al tiempo que proporciona hora y media de buen entretenimiento, aunque sin excesos.