SINOPSIS. Dirigida y protagonizada por el mítico Charles
Chaplin en 1940, “El gran dictador” nos presenta la historia de Tomania
(representación satírica de la
Alemania nazi) gobernada por el dictador Astolfo Hynkel
(Charles Chaplin), personificación de Hitler, y sus adláteres (parodia de los
jerifaltes alemanes) Herring (Billy Gilbert) o Garbitchs (Henry Daniel),
representaciones de Hermann Goering y Rudolf Hess. Por otro lado, en la misma
Tomania vive como barbero un judío, ex soldado de la
Gran Guerra , con un notable parecido al
dictador, obligado a ganarse la vida en aquel régimen totalitario al tiempo que
el desarrollo de los acontecimientos políticos prebélicos va cambiando la
posición internacional del país. El juego de parecidos entre los dos
protagonistas da lugar a un trepidante final.
LO MEJOR DE LA PELÍCULA.
Aunque esta suerte de filmes son desgraciadamente habituales, las contiendas
bélicas siempre han presentado al cine como valladar de sus justificaciones
políticas. Desde los años previos hasta las postrimerías de la
misma, la Segunda Guerra
Mundial ha sido la primera y más fructífera época para el cine propagandístico,
siendo “El gran dictador” la mayor representante de todas ellas. Con todas las
buenas y malas connotaciones, el hecho de poder ver cine producido en los años de
la contienda en la que este blog se ambienta es algo que la mayoría de las
producciones no puede ofrecer, por razones obvias. Es precisamente ese aspecto
de creación interna el aliciente de raíz de esta película, al margen de la
celebridad que tiene por protagonista, aun sin ser su mejor obra. A pesar
de la famosa escena de Astolfo Hynkel jugando con la bola del mundo, merece una
mención siquiera la escena del barbero judío afeitando a un cliente al ritmo de
“La danza húngara nº 5”
de Brahms. De las pocas escenas que se salvan.
LO PEOR DE LA PELÍCULA. A
pesar de tratarse de una comedia, el sentido del humor que emana, por el que
tantos elogios recibe, resulta cansino, burdo, absurdo y gratuito. Contadas
escenas se salvan, a pesar de la fama que sustenta a “El gran dictador”. Y es
que a pesar de la época de guerra en que fue rodada, el año 1940, ello no
justifica ni de lejos la suerte de humor que se utiliza como relleno en la
cinta resulte burdo: las peleas de sartenes, por ejemplo, quizás causarían
gracia al público lego pero no a las mínimas exigencias de contenido de un cine
de calidad. Se trata de un sentido del humor carente de creatividad, ni
siquiera en su época, dado que evoca claramente una gracia explotada en gran
medida por Stan Laurel y Oliver Hardy casi 10 años antes: imágenes aceleradas, carreras absurdas, caídas sin sentido, etc.. La guinda a
ese cansino humor la pone el sobreexplotado, hasta la extenuación, alemán
fingido del que Chaplin hace uso.
COMPARACIÓN. El parecido más evidente, sin ningún género de
dudas, es la 63 años posterior “Hitler: el reinado del mal”. Obviamente, esta
última no se circunscribe en el ámbito temporal en que Chaplin sacó a la luz su
película, lo que no le impide a aquella abusar de la tergiversación, la mentira
y la manipulación de una forma absolutamente descarada y sin contemplaciones, más
incluso que la obra propagandística de Chaplin. El paso de los años, como en
muchas otras ocasiones en las que se reedita un clásico, no ha supuesto una
mejora, sino todo lo contrario. La sátira es entendible en el cine de
propaganda, en el cine moderno evoca otro tipo de intenciones ínsitas que al
espectador pueden resultarle cansinas a la par que alejadas del rigor
histórico.
HISTORIA. “El gran dictador” es, como se ha mencionado más
arriba, la producción señera por su fama de una serie de películas cuyo
propósito era justificar, con mayor o menor sustento histórico y político, las
decisiones gubernamentales del momento así como el enaltecimiento y elevación
de los pueblos contendientes. En ocasiones, como es el caso, el único pretexto
era denostar al enemigo (aunque en 1940 aún no lo era), aunque históricamente
es algo controvertida la realidad que nos presenta.
En lo que al cine propagandístico se refiere, no puede
pasarse por este ámbito sin mencionar a los auténticos especialistas, y
pioneros, en la manipulación del público en pro de sus ideas, como lo fue el
bando bolchevique, consciente del poder de la gran pantalla. Ya en la década
anterior a las mayores producciones Aliadas o de la Alemania
nacionalsocialista, los bolcheviques sorprendían al mundo con su producción “El
acorazado Potemkim”, que narra la historia de los marinos de dicho barco que,
hartos del trato que se les dispensa por los altos oficiales, deciden
rebelarse. Con un desarrollo arrítmico y tortuoso así como con una técnica
cinematográfica desastrosa, aunque innovadora por momentos, a base de ciertas
imágenes y expresiones los productores lograron el fin que se habían propuesto:
una pura exaltación del fervor revolucionario y del ideario comunista. Tal fue
el éxito en este punto de la película que su reposición se hizo habitual en el
bando comunista durante la Segunda Guerra
Mundial. Otro dato que permite denotar su buen nivel cualitativo fue la notable
admiración que causó en años siguientes en ciertos personajes políticos de la
época, entre Gauleiter de Berlín por entonces Joseph Goebbels.
Como ya se ha indicado, “El gran dictador” es el referente
de cine propagandístico en el bando aliado, aunque existen muchas otras
producciones de menor relevancia mediática (como “Confesiones de un espía
nazi”). Todas ellas, especialmente las americanas, arrastraban el peso del
espíritu masónico y de los círculos influyentes del sionismo mundial, cuya
pretensión era únicamente crear películas con el pretexto de difundirlas
mundialmente, por pésimo que fuese su contenido. He aquí que, Chaplin, miembro
del Consejo Judío Mundial, se vio abocado a crear una de sus peores obras por
las presiones para su finalización.
Por su parte, los alemanes tampoco se quedaron atrás en lo
que a cine propagandístico se refiere, aunque es preciso señalar que el cine
alemán no se manejaba en las estrecheces presupuestarias de sus contemporáneas
dada la existencia de grandes productoras como la
UFA. Además , el propio ministro Goebbels
(quien afirmaba que “el cine debe ser popular en el mejor sentido de la
palabra”) apoyó personalmente la creación de la Cámara de Cine del Reich y
el Banco de Crédito Cinematográfico para quienes quisiesen crear una película
pero careciesen de medios. Asimismo se crearon unos premios nacionales de cine
con diversas categorías de premios, una de las cuales era la de “interés
político”, grupo en el que entraban las películas propagandísticas. En este
último destacó, la directora Leni Riefenstahl cuyo talento creador originaron una
de las producciones propagandísticas señeras de aquella Alemania: “El triunfo
de la voluntad”.
Por lo demás hay que hacer notar el de por sí sugestivo
título del film: “El gran dictador”. Tomar este título como aseveración
histórica supone una visión falseada y sesgada de la realidad política del
momento. Más aun cuando hay quienes se toman el contenido de esta comedia
propagandística como fiel reflejo de los acontecimientos de aquellos años.
Astolfo Hynkel, desde prácticamente el comienzo de la película, aparece como un
cruel dictador, un político botarate y negado políticamente. Algo que, en
ningún caso se compadece con la real imagen del Führer de Alemania. Porque una
de las diferencias entre el protagonista del film y Adolf Hitler, la más
relevante, es que este fue aupado a la Cancillería por los medios legales y democráticos
el 30 de enero de 1933, y su presunto carácter dictatorial y represor, lo mismo
que su deformada oratoria, es falso. Así lo constata el hecho de que el
Presidente Hindenburg no derrocase a Adolf Hitler, facultad que ostentaba según
la Constitución
de Weimar pero que en ningún momento ejerció hasta su muerte en agosto de aquel
año. Es más, de acuerdo con lo anterior, la reforma legal que amparó la
progresiva centralización de poderes en el Gobierno de Hitler tenía base legal
toda vez que el incendio del Reichtag, el 27 de febrero de 1933 constituía un
hecho de tal gravedad que justificaba un estado de excepción. Hindenburg no se
opuso puesto que, además, se había constatado que el inciendio había sido
provocado por Marinus van der Lubbe, autor confeso del delito, un miembro del
Partido Comunista, especialmente defenestrado electoralmente y en su
persistente búsqueda de un proceso revolucionario que llevaron a aquel extremo.
Sean cuales fueren las circunstancias en las que se movía el país, Hitler no
dejó en ningún momento de comparecer en el Parlamento alemán hasta bien
avanzada la guerra, a diferencia de otros políticos democráticos, como veremos.
No se habla abiertamente de dictadores pero sí merecen una
referencia las medidas adoptadas por los países, en teoría, democráticos como
lo eran los Aliados, obviando la dictadura endogámica de la Unión Soviética ,
claro está. Por su parte, en Estados Unidos Roosevelt aprobó una ley a mediados
de los años treinta una ley de concentración de poderes, de dudosa
constitucionalidad, por la que la figura del presidente asumía amplias
facultades y bajo cuyo amparo asumió la conducción del país en posicionamiento
prebélico, la colaboración con los británicos, el bloqueo a Alemania, la
entrada en la guerra, etc. decisiones muchas de las cuales debía, por
obligación constitucional, someter al Congreso.
No se quedó más corto, en ese sentido, Winston Churchill
quien, una vez elegido para dirigir el gobierno como Primer Ministro, el 10 de
mayo de 1940, transformó su gobierno en un gabinete de coalición en el que él
precisamente venía a ser la clave de bóveda entorno al que los demás miembros
se movían. Además, en el seno del mismo gobierno, Churchill creó un gabinete de
guerra en el que, aun contando con la presencia de representantes laboristas y
conservadores (como el anterior Prime, Chamberlain), era precisamente Churchill
quien daba órdenes y adoptaba decisiones. A ello hay que añadir que todas estas
reformas las adoptó sin consultar al Parlamento y que, aprovechando la
coyuntura, se arrogó en su persona los cargos de Ministro de Defensa,
Presidente del Consejo, además de dirigir mediante decisiones personales el
Estado Mayor de la Marina ,
el Ejército y el Almirantazgo. A pesar de no ser una dictadura formalmente, hay
que considerar que ni el propio Hitler había ostentado tantos poderes directos.
Cabe señalar que los británicos se habían mostrado críticos con el Prime de la
Gran Guerra de 1914, sir Lloyd George, por
el hecho de no haber comparecido en el Parlamento apenas durante la contienda.
Pues bien, aunque la Cámara
de los Comunes seguía siendo la institución suprema y sagrada de la vida
política británica, Churchill no se presentó ante ella sino apenas un par de
ocasiones y sólo para pronunciar algún que otro discurso de autocomplacencia.
Aunque para hacerlo precisaba de aquella Cámara, con la cantidad de poderes que
había conseguido acumular sin la intervención de la misma (más que ningún otro
en la historia parlamentaria de Inglaterra) no le era necesario; eso sí,
teóricamente no se trataba de una dictadura ni un gobierno autoritario.
Quizás pueda entenderse que el quebranto que supone esta cinta para con
APARTADO TÉCNICO. Llegados a este punto cabe reconocer
cierto mérito a “El gran dictador” dado que la aun joven guerra unida a los
bajos presupuestos con que se pretendían realizar estas películas no permitían
grandes florituras. A ello hay que añadir la circunstancia de que Tomania,
aunque con un pretencioso símil con Alemania, es un país imaginario,
circunstancia que excusaba aquella carestía y posibilitaba deslices imaginativos
como la adaptación de las camisas marrones a las Fuerzas de Asalto del partido
de la doble cruz que mandaba en Tomania.. Las armas que aparecen son, en su
mayoría figuradas, como las ametralladoras Maxim o Vickers que se muestran en
el periodo de la Gran Guerra.
Otro de los pocos elementos que aparecen son los cañones montados sobre vías férreas
o Eisenbahn, que los alemanes crearon durante la Primera Guerra Mundial, con el
objeto de dar un nuevo impulso a la estanqueidad de los frentes y acometer
puntos concretos de la retaguardia enemiga; los Eisenbahn serían los padres del
cañón Dora alemán de la Segunda Guerra
Mundial, un cañón de 800
milímetros de calibre, la más grande pieza de artillería
jamás construida. Puede observarse, en una divertida escena, como irrumpe en la
trama un avión monoplano así como alguna que otra pieza de artillería antiaérea.
ERRORES. No procede hablar de errores, strictu sensu, en una
película que, en primer lugar, tiene por finalidad la de ejercer una labor
propagandística en plena guerra y, en segundo lugar, cuando su base argumental
se cimenta en un país pseudo-imaginario; hay que tener presente que, en todo
caso, supone exceso castigo hablar de errores abiertamente dado el agravio
comparativo que las circunstancias de su producción supondría en relación con
películas más recientes. Sin embargo, pese a todas las circunstancias
advertidas los errores o, si se quiere, desatinos son varios. Hay errores de lógica
que resultan curiosos: así, por ejemplo, la escena en que las Fuerzas de Asalto
se apropian cuidadosamente de la mercancía de las tiendas para, acto seguido,
arrojarla violentamente a los ciudadanos. Por otro lado, y teniendo presente
que Tomania es la representación cinematográfica de Alemania, se habla
abiertamente de represiones y exterminio de judíos así como de campos de
concentración para aquellos cuando la película fue estrenada en el año 1940
cuando, por ejemplo (y tomando las referencias históricas oficiales) ni
siquiera Auschwitz estaba operativo como tal (faltaba casi un año) ni se había
producido la supuestamente decisiva reunión de Wannsee en la que la Historia oficial sitúa la
conocida como “Solución final” (dos años restaban aun).
En verdad, la versión original, no habla de “campos de
concentración”, sino de “campos de reclusión” o “campos de internamiento”. Bien
pudiera pensarse que estas dos últimas expresiones de cobertura son sinónimo de
la ocultada, pero no lo es, o no parece serlo, puesto que un amplio sector de
la doctrina historicista académica prefiere, de un modo fútil, discernir entre
los campos “de concentración” alemanes y los campos “de internamiento”
americanos para japoneses, por ejemplo, pese a tener prácticamente idénticas
condiciones para los internos.
Como curiosidad, es menester señalar que, en el discurso final el orador hace alusión a la causa judía al amparo de un versículo de la Biblia correspondiente a una carta de San Lucas incluida en el Nuevo Testamento (el judaísmo sólo reconoce el Antiguo).
También es digno de señalar el Dictador de Napolitania quien, como trasunto de Mussolini en la película, ostenta una envergadura exagerada.
También es digno de señalar el Dictador de Napolitania quien, como trasunto de Mussolini en la película, ostenta una envergadura exagerada.
Inspirado discurso que pone fin a la película pero que no es
más que, como cabe de esperar del cine propagandístico, una oda la demagogia
grandilocuente y un monumento a la hipocresía. De lo primero da buena fe cada
una de las palabras que emplea así como la carga de expresividad con que marca
cada una de ellas, haciendo hincapié en pomposos vaticinios de modo enfático. Lo
hipócrita de sus palabras no es preciso siquiera hacerlo notar, pero es dudoso
que si el mismo Chaplin tuviese la oportunidad de observar el verdadero discurrir
de los acontecimientos de la Segunda Guerra
Mundial, las supuestas democracias pactando con dictaduras, el orden surgido
del conflicto, el catálogo de guerras surgidas tras “la guerra que supondrá el
fin de todas las guerras” así como el mundo repleto de penurias e injusticias
que, 80 años después, “disfrutamos” no solamente se abstendría de incluir ese
discurso final sino que, en buena ética, renegaría de esta cinta. Su “mundo de
la razón”, por lo de pronto, ni se ha visto ni se le espera.
PARA QUIEN. Es una película cuyo sobrenombre ha rebasado
todas las fronteras por ser de las pocas que han pervivido con una visión
interna del conflicto. Es recomendable para todo tipo de públicos, pero
teniendo presente esa circunstancia de la que constante mente se advierte: es
cine propagandístico. Por lo tanto, no merece la pena por su contenido histórico;
tampoco por su cariz de comedia porque su humor tiende a resultar plúmbeo y
repetitivo, a la par que absurdo en muchos momentos. En resumen, su interés se
ciñe a la curiosidad del hecho de que se trata de cine de época.
VALORACIÓN. El ardid cinematográfico de “El gran dictador”
es, sin duda, la presencia de Charles Chaplin quien, en su papel de Astolfo Hynkel,
muestra una gran creatividad escénica, pese a los fallos de la película, como lo
prueban las inolvidables imágenes de su personaje danzando con la bola del
mundo evocando esa presunta ansia de conquista mundial de Hitler. Al tiempo, se
ofrece al espectador la oportunidad de vislumbrar el cine propagandístico en su
más radical versión, es decir, aquella en la que se pretende no una sibilina crítica
del enemigo sino un descarado propósito de dar la imagen que se quiere de aquel
y no la que realmente es. Cierto es que Chaplin hizo una apuesta valiente al
implicarse tanto en una crítica mordaz al nazismo pero que pese a todo no cabe
olvidar que su país no estaba en guerra entonces, lo que mediatiza su coraje. Pese
a ello, la fama mundial alcanzada por esta película es indiscutible y, en la
misma medida, merece la pena un atento visionado a la misma.
Una película que no deja indiferente, ya sea por su finalizar de mostrar lo agónico que resultaría ser doblegado po un régimen que ya era el claro dueño de Europa en la época en que se rodó, ya fuera por dar pábulo al sionismo que veía, con razón, cómo la Alemania nazi se iba corvintiendo por momentos en el peor enemigo de lo hebreo.
ResponderEliminarSea cómo fuere, con mejor o peor fortuna, ha pasado a ser uno de los referentes de la historia de la cinematógrafía y creo que junto a otras obras más memorables de Chaplin es la que ha quedado más grabada en el imaginario colectivo.
Un saludazo, Wittmann.
Buenas C S Peinado.
EliminarDesde luego que no deja indiferente puesto que Chaplin, puede discutirse si de un modo acertado o no, se implica a fondo en el tema y es precisamente ese punto la raíz de la fama alcanzada por esta cinta. Creo que, además, visto el resultado final de la contienda muchos productores y cineastas se han sumado "al carro" de Chaplin pero con la particularidad de que se olvidan de que "El gran dictador" es cine propagandístico y que la Segunda Guerra Mundial finalizó en 1945. Un poco de seriedad en el tema no sobra.
He de decir que, aunque parezca lo contrario, es una película que todo aficionado a la SGM tiene el imperativo de verla por la visión que aporta desde el marco temporal del conflicto. Algo que ni Spielberg ni nadie puede conseguir.
Un saludo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuy buenas Herr Wittman, te devuelvo la visita por tu interesante blog. Lo cierto es que debo discrepar sober la lectura de tu crítica sobre El gran Dictador, intentando aportar otra óptica difernete. Creo que la crítica al totalitarismo y fasciscmo es brutal, nos enseña lo absurdo de la guerra primero y de la represión después. Las dramáticas consecuencias que estos regímenes despliegan con efectos devastadores como denominador común.
ResponderEliminarRespecto de su humor, estoy completamente de acuerdo contigo, es el humor de lo absurdo, irónicamente paralelo al absurdo que rodea a una dictadura, especialmente una con las características de la Alemania Nazi. Y es que ¿qué mejor humor que el absurdo para la crítica más brutal y feroz? Porque es un humor con el que parece que no se dice nada, que todo es tontorrón y evitable, cuando realmente son pasos perfectamente planeados. Los Hermanos Marx, Laurel y Hardy, Charlotte aquí, Jerry Lewis o Buster Keaton son grandes ejemplos.
Pienso que el valor de esta cinta y el motivo por el que pasa a la Historia es como alegato antibelicista y antitotalitario, un canto a la libertad y al absurdo de la guerra y los bigotitos autoritarios.
Un saludo Wittman, de nuevo una muy interesante crítica.
Hola Piru.
EliminarAgradezco tu comentario y, sobre todo, por dejar caer tu opinión discrepante. Nunca he pretendido que mis comentarios se erigiesen en doctrina incólume.
Yendo a lo que comentas estoy esencialmente de acuerdo pero creo que, en suma, tenemos una percepción distinta de una misma cuestión. No es descabellado ver en el más burdo humor una crítica al totalitarismo. Sin embargo, no creo que sea ese el propósito toda vez que este tipo de cine propagandístico tiene por cometido calar en la mente hasta de la gente menos ducha en cuestiones políticas, y no tanto el acervo crítico. Es por ello que, en ese sentido, se omiten además cuestiones históricas complejas o no convenientes como las que apunto de las democracias occidentales (que no lo eran tanto) o el omitir la alusión del pacto de Hitler y Stalin (a la postre, futuro aliado de Estados Unidos). Es decir, todo es como su humor: simple y escueto. Sea como fuere creo que, además de tratarse de una crítica, mordaz en mayor o menor medida, tiene cierto valor que trasciende en el tiempo (y en eso sí me parece buena) dado que me provoca una enorme desazón moral recordar el épico discurso final y ver el mundo actual. No ha llegado el "mundo de la razón" por el que el barbero judío clamaba.
Un saludo.
Discrepo de Piru. La película no es, al menos exclusivamente, un alegato antibelicista y antitotalitario, sino pura propaganda antinazi, como bien señala Wittmann. ¿Está justificada dicha crítica al nazismo a través de la parodia y el "humor"? Eso dependerá de la ideología de cada cual.
ResponderEliminarToda crítica debe sustentarse en argumentaciones de razón, pero cuando solo se apela a la irracionalidad emocional (como en el caso de "El Gran Dictador") dicha crítica (propaganda en realidad) solo cabe interpretarse en clave de manipulación cargada de evidentes sesgos ideológicos. De hecho, el humor, el surrealismo absurdo, las parodias o las analogías sarcásticas, son recursos psicológicos que "burlan" con facilidad la lógica racional y saben cómo influir y modelar los esquemas cognitivos de la masa común, siempre emocional, irracional y visceral; son estrategias que saben, en definitiva, cómo originar emociones, primero, para después traducirlas en pensamientos o creencias inamovibles.
Wittmann apunta acertadamente a los bolcheviques como maestros del cine propagandístico, y es que los mayores avances en técnicas de condicionamiento operante y reflexología piscológica se dieron en la extinta URSS, seguramente con el único fin de adoctrinar a las masas.
Saludos
Buenas Apañó.
ResponderEliminarLo que está claro, en el sentido que apunta Piru, es que "El gran dictador", asépticamente contemplada en el seno del cine propagandístico, es una gran película pues explota como casi ninguna los requisitos de esta suerte de cine. Ahora bien, tal y como arguyes, desde una visión más distante uno no puede negar lo evidente acerca de lo absurdo y torticero de su humor, la escasa creatividad (el propio Chaplin afirmaba que no fue esta precisamente su mejor película) así como sobre la nulidad histórica en la que ampara su trama, dado que, entre otros muchos extremos, no se dice ni satiriza a la URSS que en la época de la producción del film también había tomado Polonia (hecho causante de la contienda). Y es que, en suma, no puede dejarse de lado a la hora de la valoración las circunstancias objetivas ni enaltecer una creatividad, por momentos mediocre, en función de quien sea el objeto de la sátira.
Un saludo Apañó.
El 3 de septiembre de 1939 Inglaterra declara la guerra a Alemania. Además de la estética pronazi de la página, de su tendencioso anticomunismo y poco disimulada atracción por el nezismo, también ejecuta usted con desconocimiento. No se moleste en contestar, ni de coña pienso sguir leyendo este panfleto
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